Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Equidad, cultura y democracia al comunicar la ciencia

¿Puede la cultura científica ayudar a mejorar la democracia? ¿Cómo hacer llegar los mensajes científicos a personas con menos acceso por edad, formación, economía u oportunidad? ¿Cómo ejercer el periodismo científico en tiempos de la posverdad? Casi 400 profesionales reflexionaron en el congreso de comunicación social de la ciencia celebrado en Córdoba hace unos días.

Un periodista, un biólogo, una poeta y un humorista compartieron mesa sobre por qué 'Sin ciencia no hay cultura'
Un periodista, un biólogo, una poeta y un humorista compartieron mesa sobre por qué 'Sin ciencia no hay cultura'
Universidad de Córdoba

Brian estudia bachillerato de Ciencias en el IES Barrio Simancas de Madrid, ubicado en el distrito de San Blas, una de las zonas más desfavorecidas de Madrid. La situación en casa era difícil y Brian había dejado los estudios en 4º de la ESO. En su centro habían eliminado el bachillerato de Ciencias porque los alumnos no lo elegían al pensar que era ‘para listos’. Pero el proyecto ‘Ciencia en el barrio’ del CSIC, con sus talleres experimentales, conferencias, clubes de lectura, exposiciones y visitas guiadas a centros de investigación punteros, había puesto sus ojos en este instituto y en otros con parecidos índices de vulnerabilidad.

Hasta sus aulas llegaron investigadores como el neurofisiólogo del Instituto Cajal Óscar Herreras. Les explicó ‘Cómo se fabrican las ideas en el cerebro’, sonó el timbre y vivió un momento mágico: ningún chaval se movió de la silla. Se habían roto estereotipos en ambas direcciones: la gente joven de barrio había conocido que los científicos son gente normal y que la ciencia puede ser interesante e investigadores como Herreras habían descubierto a gente de barrio con preguntas tan fascinantes como las de Brian. Cuando supo que abandonaba los estudios, le retó: "Si terminas, te traigo a mi laboratorio".

‘Ciencia en el barrio’ "ha servido como espaldarazo para recuperar el bachillerato de Ciencias en institutos donde se había eliminado", destaca Belén Macías, técnica de la Unidad de Cultura Científica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y coordinadora, junto a Laura Ferrando, de este proyecto que ha llegado a más de un millar de estudiantes madrileños de 4º de ESO.

La equidad está ya en una posición central de la comunicación social de la ciencia, cuyo VI congreso se celebró en Córdoba hace unos días. Una de sus sesiones plenarias planteó cómo podemos hacer llegar los mensajes científicos a aquellas personas con menos acceso a la información por motivos de edad, formación, economía u oportunidad.

Con su proyecto ‘Andalucía, mejor con ciencia’, la Fundación Descubre identifica problemas de una comunidad y los pone en vías de solución con el apoyo de la ciencia. Todo partió de un grupo de profes para mejorar el entorno de Atarfe, recordó Teresa Cruz, directora de la fundación, y su meta es desarrollar proyectos de mejora del entorno cercano a través de la ciencia y la innovación pero implicando a la comunidad educativa, científica y social. En definitiva, ciencia para mejorar la comunidad hecha por la comunidad.

Estudios como el de Everis, la Fundación la Caixa y la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), constatan que con actividades muy sencillas, se logra más impacto donde hay más por mejorar. Las actividades divulgativas impactan cuando hablamos de diferentes niveles socioeconómicos, diferentes rendimientos educativos..., "pero no más entre alumnas que entre alumnos. La comunicación de la ciencia tiene impacto en equidad, pero no suele tenerlo en género", hizo notar Digna Couso, profesora de Didáctica de las Ciencias de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Desde su experiencia, "la principal razón por la que las chicas no quieren ser científicas es porque creen que no valen para ello. Lo que hace más daño es la cultura de la brillantez masculina asociada con la brillantez de la ciencia". Alertó de que incluso "el ‘mentoring’ entre investigadora y alumna puede ser contraproducente si la científica reproduce la cultura de excelencia y sacrificio por y para la ciencia" y propuso cambiarlo por el ‘sponsorship’ para "incentivar, poner más fácil".

¿Qué podemos hacer desde la comunicación social de la ciencia para ayudar a cambiar las cosas? Entre las conclusiones más valiosas del congreso están las respuestas a esta pregunta.

Mapear la situación, identificar los nichos más necesitados y actuar ahí. Evaluar lo que hacemos, también desde la perspectiva de género. Eliminar la brillantez de la ecuación. Intentar llegar donde más falta hace: en las edades tempranas (entre los 10 y los 14 años las chicas deciden sus intereses vitales, por lo que hay que actuar antes de los 10) y a los públicos ‘hueso’ (como, según la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia de Fecyt, las mujeres mayores de 50 años). Perseverar por llegar a todos los públicos. Trabajar con familias y escuelas. E incorporar mensajes inclusivos, porque todo el mundo puede disfrutar y participar en la ciencia y, a su vez, la ciencia se enriquece con todas las visiones.

Una ciudadanía de escépticos leales
¿Puede la cultura científica ayudar a mejorar la democracia? La participación de la ciudadanía en el debate científico ¿debe esperar a que la sociedad alcance un nivel suficiente de cultura científica?

Otra de las mesas plenarias del congreso, organizado por la Asociación Española de Comunicación Científica y la Universidad de Córdoba, giró en torno a estas preguntas. Para José Antonio López Cerezo, de la Universidad de Oviedo, "no podemos esperar a que la cultura científica sea suficiente para abrir la participación". "¿Qué es suficiente? –se preguntó Josep Lobera, profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid–; ni siquiera un nobel sabe ‘suficiente’ sobre otras disciplinas". "La participación –considera López Cerezo– genera cultura científica y la cultura científica estimula el protagonismo social, generando inclinación a la participación ciudadana en materia de ciencia y tecnología. Es un bucle".

López Cerezo destacó que "un público científicamente culto, entendido como un público crítico y comprometido con la ciencia, es un recurso valioso para la democracia". Una sociedad más culta científicamente es más crítica con los poderes y modera la imagen idealizada de la ciencia, es más escéptica y no se inhibe de las decisiones de ciencia que le afectan. Surgen así lo que se denomina ‘escépticos leales’ a la ciencia, lo cual es saludable para la democracia”.

Lobera apuntó que "muchas veces las decisiones sobre ciencia y tecnología no las toman ni los científicos ni los políticos, sino la economía" y puso como ejemplo la obsolescencia programada. Abogó por promover que los ciudadanos puedan decidir sobre cuestiones científicas que les afectan especialmente. Acercó a la audiencia la experiencia de Holanda, donde el año pasado se lanzó la campaña ‘Agenda de investigación holandesa’, para enfocar las prioridades de investigación científica hacia cuestiones que preocupan a la opinión pública.

Por su parte, Ana Paula Morales, de la Universidad de Campinas de Brasil, explicó que lo que posibilita una mayor cultura científica es la comunicación social de la ciencia, que se convierte así en "una herramienta que ayuda a mejorar la sociedad democrática".

La pulga y las ronchas del maquinista en los tiempos del ‘fake’
"Una pulga no puede parar un tren, pero puede llenar de ronchas al maquinista". La matemática, profesora de la Universidad de Sevilla y divulgadora Clara Grima echó mano de esta cita de Mafalda para ilustrar el efecto de la divulgación en la cultura científica de la sociedad. "Hay gente a la que no llegamos". Y a ella le gustaría "llegar a la gente de la calle, porque es la que va a votar; a los políticos, para que aprecien la ciencia; y a los futbolistas, porque cada vez que defraudan a Hacienda se llevan dinero que podría ir a la ciencia, la educación y la sanidad".

Desde la sección de Materia de ‘El País’, Patricia Fernández de Lis ha visto "aumentar el interés, pero soy muy escéptica sobre que esto tenga un impacto positivo sobre la sociedad en su conjunto. Sí que quizá tengan más curiosidad y empatía y quieran compartir noticias positivas". De ahí que Materia sea la primera sección de ‘El País’ en visitas desde Facebook. "Es una prueba de que la ciencia interesa, competimos de tú a tú con todas las demás noticias del día y, como la prensa digital vive de los clics, competimos también con las revistas científicas y hasta con la propia NASA".

Precisamente en la época de mayor y mejor acceso a la información científica, antivacunas, negacionistas del cambio climático o tierraplanistas son ejemplos de ignorancia científica.

Nora Bär, periodista científica de ‘La Nación’ (Buenos Aires, Argentina), señaló que "el periodismo está lleno de ‘fakenews’ de estudios científicos que no lo son". Por ello, llamó a promover el pensamiento crítico, como "tarea vital en tiempos de la posverdad". "Las noticias se deforman, hay que hacer pensar quién dice las cosas, cómo lo saben, quiénes son los expertos...". En un mundo en el que la imitación del lenguaje científico otorga credibilidad, "de esto se aprovechan los charlatanes si los periodistas no están especializados".

Ante esto, Grima aconsejó "no atacar a quien se cree una noticia falsa porque si le llamas idiota, eso rebota hacia ti y no hay nada más que hablar. Hay que divulgar con tranquilidad, con cariño y con amor".

Guido Corradi, investigador en evolución y cognición de la Universidad de las Islas Baleares, señaló que "a la hora de comunicarnos, a todos los niveles, hay que tener en cuenta a quién nos dirigimos, qué sesgos tiene, a qué contextos está sometido". Así, "tendemos a pensar que la gente con creencias que le son perjudiciales (homeopatía, antivacunas) no tiene información, pero las encuestas señalan que está más informada que la media, solo que se informa en las fuentes equivocadas y recibe información perjudicial". "El nivel de cultura científica puede no estar relacionado con nuestras decisiones", por eso, en su opinión, no se debe tanto intentar convencer como ver qué falla, escuchar mucho y sobre todo evitar llegar ahí, a través de la educación, y sacando a la homeopatía de las farmacias". Siempre atendiendo también las necesidades emocionales de aquellas personas a las que nos dirigimos. López Cerezo concluyó que "la pregunta no es cómo vamos a recuperar a las personas que se han hecho creyentes de las terapias alternativas, sino cómo vamos a dejar de perder clientes de la medicina científica".

Puede que tu abuela de Cuenca sea más lista que tú
El humorista David Broncano puso el contrapunto en un Congreso de Comunicación Social de la Ciencia que arrancó con una eterna reivindicación: "Sin ciencia no hay cultura". Alertó contra la obsesión de "contar la ciencia para tontos o para ‘tu abuela de Cuenca’. Igual tu abuela de Cuenca es más lista que tú". Recordando explicaciones científicas con estanques y delfines, señaló que "no podemos tirar el listón al suelo, sino encontrar el punto medio entre el infantilismo y el exceso de rigor".

José María Montero, director del programa ‘Espacio protegido’ de RTVA, indicó que los divulgadores son "narradores que necesitan misterio, acción y gotas de poesía y humor". Pero, a veces, emocionar no basta. El biólogo Miguel Delibes lamentó "que hayamos hecho un icono del lince, pero no se haya conseguido concienciar lo suficiente sobre la importancia de la conservación de la biodiversidad". "Es más cultura científica –dijo– transmitir una forma de ver el mundo, una actitud, que comunicar resultados". Y aconsejó incluir en esa manera de mirar los tortuosos caminos y los fracasos de la ciencia, "una actividad humana apasionante, tan bella como la poesía, tan divertida como el humor". Tanto que hace que una poeta como Clara Janés se "emocione igual hablando de electrones que de linces". "La humanidad me decepciona –reconoció– y pienso en lo que nos une: me consuela mirar al cielo y pensar en la función de onda".

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