Tercer Milenio

En colaboración con ITA

La primavera la respiración altera

El polen de las plantas entomófilas con flores vistosas que es transportado por insectos raramente causa alergias.
El polen de las plantas entomófilas con flores vistosas que es transportado por insectos raramente causa alergias.
EFE/FRANK RUMPENHORST

¡Achís! Es llegar la primavera, que se alarguen progresivamente los días, aumenten las temperaturas, broten tallos verdes por doquier, florezcan árboles y plantas adormecidos durante el invierno y…¡achís! a algunas personas les empieza a gotear la nariz, les lloran los ojos, les escuece la garganta y saludan con una salva de estornudos —¡achís! ¡achís! ¡achís!— la llegada de esta estación.


Bienvenida alergia primaveral: esa sintomatología parecida al catarro, conocida por los alergólogos como polinosis y causada por una sensibilización a los alérgenos presentes en el polen.


El polen es el conjunto de granos de tamaño microscópico (la mayoría entre 20 y 40 milésimas de milímetro) producidos en los sacos polínicos de los estambres de las flores de las plantas con semilla y constituidos por las células germinales masculinas. Los granos de polen son transportados por el aire (en el caso de las plantas anemófilas) o gracias a los insectos (en el de las entomófilas) hasta el aparato reproductor femenino de otras flores donde se produce su fecundación. El polen es invisible al ojo humano, aunque en grandes cantidades, acumulado en las aceras o en el cristal de los coches, se nos revela en forma de polvo amarillento. Mediante el microscopio electrónico es posible admirar el sinfín de bellas formas de los granos de polen.


El que causa alergia es, principalmente, el transportado por el viento: suele ser más pequeño y numeroso y permanece en suspensión durante mucho tiempo. En cambio, el polen de las plantas entomófilas, con flores vistosas para atraer a los insectos, es relativamente más pesado, pegajoso para adherirse a las patas de los insectos que lo transportarán y tiende a depositarse en el suelo. Raramente el polen de las entomófilas causa alergias y estas pueden ser controladas fácilmente, porque se puede evitar la exposición a la flor. No es así con las anemófilas: las hierbas (gramíneas) o árboles como el abedul, el chopo, el olmo, el plátano de sombra o el ciprés, que vierten su polen en el aire y es el que respiramos.


Dos médicos ingleses fueron los primeros en describir la enfermedad que ellos mismos sufrían: John Bostock, en 1819, la denominó “fiebre del heno” y la relacionó con esta hierba, pero fue Charles Harrison Blackley, en 1873, quien determinó que su causa era el polen presente en el aire. En 1966, los investigadores japoneses Teruko y Kimishige Ishizaka y los suecos Johansson y Bennich demostraron que una nueva clase de anticuerpos, las inmunoglobulinas E (IgE), estaban presentes en altas concentraciones en la sangre de los pacientes alérgicos y que estas reconocían glicoproteínas del interior de los granos de polen. Así, los síntomas de la polinosis están causados por una hipersensibilización del sistema inmunitario contra determinados antígenos del polen.


En la década posterior a su descripción, Bostock solo pudo identificar en Inglaterra otros 28 casos de alergia al polen. A lo largo del siglo XX, su prevalencia ha ido aumentando progresivamente y se ha duplicado en las últimas décadas hasta llegar al 20% actual. Se cree que el incremento, que se produce mayoritariamente en los países desarrollados, es debido a la exposición reducida a los gérmenes en la infancia y al incremento de la contaminación del aire. El primer caso se conoce como “hipótesis de la higiene”: la reducción de la exposición repetida a agentes patógenos provoca que el sistema inmunitario reaccione excesivamente frente a sustancias en principio inocuas, como el polen. En las ciudades y zonas industrializadas, los granos de polen recubiertos de contaminantes contribuirían a incrementar aún más el número de personas sensibilizadas.


Dicen que “la primavera la sangre altera”, pero más allá del impacto beneficioso que el aumento de las horas de luz y de las temperaturas tiene en nuestro organismo, para los millones de personas que sufren de polinosis, la llegada de esta estación puede representar un verdadero suplicio.

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