Por
  • Francisco Marco Simón

Buda en Egipto

Buda en Egipto
La estatua de Buda desenterrada en Berenice, en la costa del Mar Rojo
Ministerio de Antigüedades de Egipto

Como resultado de las excavaciones llevadas a cabo recientemente en el templo de Isis en Berenice, puerto del Egipto romano en el Mar Rojo, ha aparecido una estatua de Buda con cabeza radiada.

La escultura, la primera de este tipo que aparece al oeste de Afganistán, tiene unos 60 centímetros de altura, es de mármol anatólico y se fecha en el siglo II d. C., fabricada probablemente en Alejandría. Fundado en el siglo III a. C., de Berenice salían 120 naves a la India, según el geógrafo Estrabón (2, 5, 10). Además de monedas indias de Satavahana (siglo II), destaca una inscripción en sánscrito del reinado del emperador Filipo el Árabe (mediados del siglo III). Todo ello documenta la importancia de la comunidad budista existente en la ciudad, y, de hecho, en la isla de Socotora (hoy famosa por los piratas de esta zona del Índico) han aparecido textos budistas escritos en sánscrito y preservados en cuevas.

Una magnífica estatua de marfil de la diosa hindú Lakshmi había sido hallada ya el siglo pasado en Pompeya. Por otro lado, un entalle de jaspe del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles exhibe, como ha sostenido el profesor Attilio Mastrocinque de la Universidad de Verona, una imagen del dios solar Helios con rasgos andróginos característicos del dios Shiva.

Hallazgos como una estatua de Buda en Berenice (Egipto), otra de marfil de la diosa Lakshmi en Pompeya y un entalle de Helios-Shiva documentan una globalización cultural, religiosa y económica entre el Imperio romano y la India antigua

Esos sorprendentes documentos arqueológicos no hacen sino confirmar diversos textos literarios. Porfirio de Tiro (en Estobeo 1, 3, 56) indica que en época del emperador Heliogábalo (mediados del siglo III) los indios (brahmanes) instalados en Siria discutían de teología con Bardesano de Edessa, y otro autor, el cristiano Hipólito, expone (Refutación de las herejías 1, 24) diversas doctrinas brahmánicas. De la misma época (siglo III) data un busto excepcional de Villa Borghese en el que Julio Basiano, importante personaje y sacerdote del dios sirio Elagabal, se representa con el típico moño budista sobre la cabeza (que también ostenta la estatua de Berenice), siguiendo las pautas iconográficas del arte de Gandhara, que funde las formas visuales grecorromanas con los símbolos búdicos.

Pero las relaciones entre el mundo griego y el indio habían comenzado mucho antes. El rey Ashoka, gran propagador del budismo en la primera mitad del siglo III a. C., habría escrito cartas a los reyes macedonios de Grecia, Siria, Libia y Egipto ilustrándoles sobre la ética budista. Según Estrabón (15, 1, 73), un indio de Barigaza se inmoló lanzándose a una pira ante Augusto en Atenas, siguiendo una costumbre ancestral. El propio Estrabón (15, 1, 60) distinguía a los Brahmanes (hindúes) de los Garmanes (budistas), algo que reitera el cristiano Clemente de Alejandría (Stromata 1, 15) a fines del siglo II. Por Damascio (Vita Isidori 96) sabemos que grupos de brahmanes habían visitado Alejandría, mientras que Apolonio de Tiana viajó a la India y departió con los brahmanes, que le regalaron siete anillos, cada uno con el nombre de un planeta grabado (Filóstrato, Vida de Apolonio 3, 41, escrita hacia el 217). Y Jerónimo (Contra Joviniano 2, 42) indica a fines del siglo IV que los gimnosofistas de la India –enseñantes desnudos– creían que Buda había nacido de una princesa virgen, en llamativo paralelo con la concepción virginal de Jesús.

Buda en Egipto, Lakshmi en Pompeya, Shiva en Siria… La fascinante novedad de estos dioses viajeros ilustra la globalización económica y cultural entre Europa, Asia y África, especialmente a partir del siglo I d. C.

Francisco Marco Simón es catedrático de Historia Antigua y miembro de la Asociación de Profesores Eméritos de la Universidad de Zaragoza (Apeuz)

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