Por
  • Octavio Gómez Milián

Despedida

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En recuerdo de Aitor B. y su padre, fallecidos en un accidente el 12 de abril

Otra vez Ateca abre sus carnes, con sus tierras llenas todavía de ceniza, enfangada con lágrimas que silban desoladas melodías por el más joven de sus hijos. 

Soy eco de esas aguas de cacao, como un síncope improvisado, vuelvo al instante en que la noticia avanzó, voraz, por todo el lugar. Una película de la Guerra de las Galaxias, la carrera intermitente, el lápiz que quedará sin afilar, un balón, la inolvidable sed de tus preguntas, ahora todo es borrón de tinta y un hueco entre los pupitres de tus compañeros, frente a la mesa de Marta, arrastrado por la desdicha en lo más permeable de tu inocencia. Pienso en otras manos, jóvenes también, que se posarán sobre las palas de ping-pong, sobre las piezas del ajedrez, cubriendo tus huellas, otras manos que crecerán podrán abrazar con fuerza un mundo en el que tus recuerdos serán virutas atrapadas por el viento, que cruzarán hacia otra vida, dejándonos, sin tu luz, a oscuras.

Hoy, sin ti, alumno, me llega el perfume más cerrado, no sé qué herramienta utilizar para amputar este y otros recuerdos que han decidido quedarse. Te ofrezco estas líneas, porque sé que no habrá diálogo con el adolescente ni con el hombre que venía. Oscurecidos por la inexperiencia de este instante me doy cuenta de que deberían siempre ser los alumnos quienes acudieran al funeral de sus profesores. Es algo tan sencillo que no hay guía que nos ayude a continuar, no hay paz ni báculo para tu tía, tus abuelos, toda tu familia. Dispuesto a conservarte entre la tachadura del Manubles y el Jalón, Aitor, enmudezco, extraño la beatífica paz de las jornadas ordinarias, el terrible futuro de tu aniversario. Descansa, alumno.

Octavio Gómez Milián es profesor de matemáticas y escritor

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