Por
  • Luis Martín-Estudillo

Picasso y Goya: Celebraciones y cancelaciones

Uno de los cuadros más espectaculares de la muestra del tema del pintor y la modelo. 1963.
Celebraciones y cancelaciones
José Miguel Marco.

Del pasado año de conmemoración por el medio centenario de su muerte emergió un Picasso aún más potente y complejo que el que nos dejó en 1973. 

Ya desde la conferencia dictada por Estrella de Diego en la inauguración de los actos oficiales en el Museo del Prado, el malagueño cobraba tintes que lo distinguían –rejuveneciéndolo– de ese otro Picasso nacido hace casi siglo y medio y hoy amenazado de cancelación. Como nos recordaba la catedrática, en nuestras aulas universitarias abundan los alumnos que, contemplando al artista desde una perspectiva marcada por el rechazo de ciertas formas aberrantes de masculinidad, abogan por relegar los Picassos al almacén de los museos: su tiempo no sería ya el nuestro. Doy fe de que el fenómeno es incluso más pronunciado fuera de España. La polémica exposición del Museo de Brooklyn ‘It’s Pablo-Matic’ (un juego de palabras algo enrevesado a partir del nombre del artista y ‘problemático’), cuya comisaria principal fue la cómica australiana Hannah Gadsby, dio forma institucional a esa reprobación mayoritaria entre las nuevas generaciones.

Los aires de nuestros días parecerían no sentarle bien al creador, sobre todo en lo referente a su relación con las mujeres. El otrora ‘genio’ de las múltiples ‘musas’ se convertía abruptamente, a ojos de no pocos, en algo así como un maltratador en serie. Ante el volumen y los argumentos de un público sobre todo joven resultaría insensible seguir haciendo oídos sordos: este patrimonio, que ya es también suyo, estará un día del todo a su cargo. La respuesta más productiva a esas objeciones es ahondar el cuestionamiento, enriqueciéndolo a partir de nuevas ideas cuyo germen podemos hallar en la misma producción picassiana.

La historiadora de Diego sugería que, si la obra es infinita e indiscutiblemente revisitable, el personaje es, cuanto menos, poliédrico. Picasso vivió sumido en una ‘performance’ continuada, un obstinado ejercicio de autobiografía que confundía astutamente lo privado y lo público; la autoridad y el tanteo. El brutal minotauro se alternaba con versiones mucho más ambiguas del yo con una fluidez sorprendente. La impronta fantasmal de Picasso se asomaba risueña en la oscuridad de la sala de conferencias del Prado. Ese museo del cual fue director (aunque poco más que ‘in pectore’) y que se sirve de su fecha de nacimiento para orientarse cronológicamente era el marco propicio para otro más de sus renacimientos. Meses antes, allí mismo, la inclusión temporal de uno de sus lienzos entre los de su admirado El Greco generó entre parte del público una hostilidad que pendulaba de la incomprensión al guerracivilismo.

Algunas polémicas en torno a Picasso parecen buscar su ‘cancelación’, pero pueden ser ocasión para profundizar en su obra. Y pronto celebraremos el bicentenario de Goya

A pesar de la virulenta reacción de algunos, la decisión de los responsables del museo tenía poco de novedad, porque la pinacoteca ha estado pegada a su tiempo desde sus comienzos. Cuando el Prado abrió sus puertas en 1819, los visitantes iniciales ya podían admirar en sus galerías dos lienzos de Goya, a la sazón todavía vecino de Madrid. Y es que el museo ha sido siempre, además de un repositorio de antiguos tesoros, un organismo vivo, imbricado en su contemporaneidad, mal que les pese a los inmovilistas. De esa vitalidad, más que de un azar histórico, viene que el Prado sea una institución fundamental en las trayectorias de Goya y Picasso, primero y último de los maestros modernos.

Las polémicas actuales en torno a Picasso, alarmas y cancelaciones incluidas, son un rasgo más de su impronta en la historia. Certifican la vigencia de su obra más allá de la fecha que cierra su biografía, conformando un panorama mucho más sugerente que la indiferencia o la hagiografía. Cabría esperar intensidades semejantes cuando pronto –dentro de apenas cuatro años– celebremos el bicentenario de la muerte de Goya. Ojalá las preguntas de nuestros jóvenes alumnos resulten entonces tan incómodas como las que plantean ahora ante el legado picassiano.

Como el pasado reciente reescribe el pasado lejano, haciendo de ambos momentos contemporáneos nuestros, la comprensión de la figura del aragonés pasa ya necesariamente por la de Picasso. Dos personajes proteicos, de una larga vida atravesada por enormes conmociones sociales y una violencia inaudita que sacudió a ambos cuando estaban en sus periodos de mayor madurez creativa. Tampoco es baladí que el alfa y el omega de la modernidad en clave española terminaran ambos sus días en Francia, a menudo tratando de cancelar las distancias que los separaban de su acongojada tierra natal entre exiliados y taurinos. En el país vecino siguieron entregados a una búsqueda artística inagotable: los dos ancianos maestros siguieron aprendiendo hasta el final de sus largas vidas.

Esa voluntad de continuo redescubrimiento es otra de sus lecciones, una especialmente apta para estas fechas que se debaten entre la celebración y la cancelación. ¿Para qué sirven tales conmemoraciones? Ni Picasso ni Goya necesitan un recuerdo especial: están en todas partes. Pero si las arbitrariedades del calendario, con sus cifras en ocasiones llamativas, revelan algo, es precisamente que el tiempo añade una pátina más a su obra: la de las nuevas interpretaciones animadas no solo por los esfuerzos de los estudiosos, sino también por los cambios del paisaje social. Una capa que es imposible eludir, aunque sus adherencias desagraden a algunos. Ponderar cómo miramos a Picasso hoy puede enseñarnos nuevas verdades sobre el Picasso histórico.

También sobre nosotros mismos, entre quienes habita su siempre cambiante fantasma. Dentro de cuatro años, el bicentenario goyesco nos someterá a parecidas pruebas. Sigamos aprendiendo.

Luis Martín-Estudillo es catedrático de la Universidad de Iowa, donde dirige el Centro Obermann de Estudios Avanzados, y autor de ‘Goya o el misterio de la lectura’ (2023)

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