Por
  • Marta San Miguel

Un pasillo más blanco

Un pasillo más blanco
Un pasillo más blanco
Pixabay

La semana pasada volví al instituto donde había estudiado bachiller para dar una charla. Después de varias décadas, volví a pisar aquellos pasillos y lo que más me llamó la atención no fue que en vez de sonar un timbre estridente y feo para avisar de que la clase ha terminado, ahora lo que suena es música pop o rock. 

Lo que más me llamó la atención fue la claridad de los pasillos. Algo había cambiado. Al principio pensé que le habían dado una mano de pintura a todo el edificio. Parecía más blanco, como si hubieran abierto ventanas donde antes había tabiques, pero en realidad se debía a otra cosa: en esos pasillos, nadie estaba fumando. A finales de los 90, menos en las aulas, en los institutos se fumaba en todos los sitios; ahora tienen que salir del edificio y del recinto para encender un cigarro, y además alejarse de la zona escolar. Es una paradoja que una sustancia legal como el tabaco esté penalizada con leyes que ponen cada vez más difícil su consumo mientras los ‘vapeadores’ campan a sus anchas; de ahí que el nuevo plan antitabaco, que tiene en los espacios privados o las terrazas su campo de batalla, vuelva a generar fricción.

Habrá quien recuerde las consultas de los médicos con ceniceros repletos, las redacciones de periódico como minas de carbón, los aviones con burbujas en la cola. ¿Quién nos dice que lo que ahora vemos normal, como que en la playa te toque un grupo de fumadores al lado y te ahúmen el cogote, no sea una aberración de aquí a unos años? Hay una evidente identificación entre el humo y las enfermedades, de hecho el tabaquismo se cobra 55.000 vidas al año en nuestro país. Sin embargo, la noción del riesgo no vuelve el tabaco ilegal, de ahí la paradoja en la que se han movido las normativas: mientras limitan el acceso al tabaco y protegen a los no fumadores, a la vez han de respetar el derecho a fumar.

La pregunta no es en dónde se puede fumar sino por qué. En España lo hace casi un 20% de la población, y lo empezarán a hacer muchos adolescentes que ocupan las aulas y los pasillos que fueron nuestros. Lo harán como una tontería, por imitar, porque quieren ser mayores, por gilipolleces así. Y su instituto será blanco, pero ellos, en algún lugar a oscuras, inhalarán. Mover a los fumadores de sitio no va a apagar el humo; esa es la señal que no hay que perder de vista.

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