Por
  • Julio José Ordovás

Más morreos

Más morreos
Más morreos
Pixabay

No sabría decir si España era un país besucón en comparación con el resto de los países, pero me da la impresión de que los españoles cada vez nos besamos menos. 

¿Será como consecuencia de la pandemia, de la globalización, del multiculturalismo, de la polarización política, de la dependencia digital o de una mezcla de todo ello? Hasta el besuqueo social, protocolario, ese que tanto nos fastidiaba de niños, porque todos sufrimos en nuestra infancia el acoso de alguna tía besucona que además de llenarnos la cara de saliva y carmín nos pellizcaba los carrillos, ha mermado considerablemente.

Cuando veo a un par de chavales comerse los morros en la vía pública me dan ganas de aplaudirles y de hacerme una selfi con ellos. Más morreos es lo que necesita esta sociedad envejecida, pacata, tristona y fiscalizadora.

Los besos de primavera son los más ardientes. Los de otoño son besos crepusculares, y en invierno, con los labios agrietados o untados de vaselina, la verdad es que no apetece morrearse a la intemperie. Tampoco en verano, con el sudor y las cremas solares y el regusto a ajo del gazpacho, dan muchas ganas de pegarse el lote, al menos hasta que se esconde el sol y la luna despierta nuestros instintos caníbales.

Entristece, en estos radiantes días de abril, ver vagar por las calles a los corazones sin un mal beso que llevarse a la boca, como cantaba el cursi de Sabina. La primavera es la estación más fugaz, y hay que aprovecharla. Los besos emojis son más falsos que el beso de Judas: no solo no calientan el alma, ni siquiera hacen cosquillas.

Sánchez y Ayuso deberían sellar la paz entre los españoles dándose un beso de tornillo, en plan Breznev y Honecker. Y que cundiera el ejemplo. 

Julio José Ordovás es escritor

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