Treinta años del genocidio de Ruanda

Imágenes de los asesinados en el genocidio de 1994 en Ruanda expuestas en el Centro Memorial de Kigali.
Imágenes de los asesinados en el genocidio de 1994 en Ruanda expuestas en el Centro Memorial de Kigali.
EFE/EPA/DAI KUROKAWA

Se cumplen 30 años del genocidio ruandés. En apenas un trimestre escolar, entre el 6 de abril y mediados de junio de 1994, centenares de miles de tutsis fueron liquidados por sus vecinos hutus con el utensilio de labranza, el machete. 

No necesitaron armas de fuego para provocar un récord de mortandad que superó en eficacia la maquinaria industrial nazi de los años treinta y cuarenta del siglo pasado contra los judíos y otras minorías.

Fue una siniestra temporada de machetes, tal como el periodista francés Jean Hatzfeld tituló su imprescindible obra maestra, después de entrevistar a una quincena de asesinos cuando ya habían sido encarcelados. Los asesinos simplemente tuvieron que aporrear las puertas de al lado de sus casas para matar a las ‘cucarachas’, tal como se llamaba en la propaganda radical a los tutsis. Una forma precisa de deshumanizarlos para justificar mejor su aniquilamiento.

Entre el 6 de abril y mediados de junio de 1994, centenares de miles de tutsis fueron liquidados por sus vecinos hutus con machetes

Los responsables salían a cazar vecinos, los perseguían hasta darles alcance, los cortaban en pedazos y, tras jornadas maratonianas de asesinatos, regresaban a sus casas para cenar con sus familias y dormir plácidamente después de lavarse la sangre de las manos y los machetes. En el libro de Hatzfeld, uno de los asesinos que cumplió su rutina de matarife sin arrepentirse, confiesa que "nos hicimos malos por naturaleza", otro explica que desde que es un niño de pecho "el hutu va envuelto en pañales de odio contra los tutsis" y un tercero reconoce que se levantaba por la mañana con un solo objetivo: "Matarlos a todos".

El periodista estadounidense Philip Gourevitch, autor de otro libro fundamental para entender aquel desastre, ‘Queremos informarle de que mañana seremos asesinados juntos con nuestras familias’ (sacado de una carta de petición de socorro escrita por varios religiosos), reconoce que es capaz de contar lo que ocurrió después de entrevistar durante tres años a asesinos y sobrevivientes, pero también admite que "el horror sigue perteneciendo al ámbito de lo inefable".

¿Quién perpetró una matanza que liquidó a entre 12 y un 15% de la población a un ritmo tres veces superior al de judíos durante el Holocausto y tan eficaz como los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki? Mataron los hombres, los niños, las mujeres, los jóvenes y los ancianos. Unos señalaron a quien había que matar y otros degollaban sin piedad. Tres años después del genocidio había 125.000 asesinos encarcelados en Ruanda y cien mil niños se cuidaban unos a otros en hogares donde no ya no había adultos porque habían sido masacrados.

La comunidad internacional, por enésima vez, miró hacia otro lado. Los franceses no querían interferencias en su patio trasero

La comunidad internacional, por enésima vez, miró hacia otro lado. Los franceses no querían interferencias en su patio trasero. El presidente Mitterrand no paró de enviar armas para reforzar a los responsables de las masacres. Incluso llegó a decir que "en países como Ruanda el genocidio no era importante". Su sucesor, Jacques Chirac, inició una cumbre francófona en Biarritz con un minuto de silencio en honor del difunto presidente Juvenal Habyarimana, cuya muerte en circunstancias nunca aclaradas, fue la excusa para iniciar la matanza. Y se olvidó de los centenares de miles de tutsis asesinados como si su aniquilación hubiese sido una insignificancia.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Gervasio Sánchez en HERALDO)

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