Por
  • Juan Luis Saldaña

Periferias comerciales

Fachada principal del centro comercial Grancasa, en el barrio zaragozano del Actur.
Fachada principal del centro comercial Grancasa, en el barrio zaragozano del Actur.
Aránzazu Navarro

La famosa marca de ropa del señor Amancio anuncia que se marcha del centro comercial del Actur. Otras dos firmas importantes se bajan también del barco y llega el momento de reflexionar.

Hay quien teme que esta calle con techo, donde no llueve ni truena, donde no hace frío ni calor, parezca un pueblo pequeño a las ocho en invierno o un zoo de maniquíes. Los centros comerciales son naves nodrizas que flotan sobre zonas de la ciudad. Abducen a las personas y las devuelven más felices a sus quehaceres. Los centros comerciales llegan con luz, sonidos, actividades, ofertas y calendarios, pero se van dejando un decorado apocalíptico, una sucesión de locales vacíos, ideas que no acaban de funcionar y negocios marginales que ofrecen lo que la mayor parte de la gente no quiere. Se repite la historia y todo se convierte en una guerra magnética. El que más fuerza tiene lo atrae todo. Hasta el circo Raluy se va al centro comercial que ahora manda. Estas periferias comerciales se convierten en cadáveres de dinosaurio que esperan un derribo paleontológico mientras languidecen y se avergüenzan de su propio eco y de noticias lúgubres con puñalada y agresión. Todavía nos acordamos de aquellos estudios de mercado que decían que la ciudad puede asumir un centro comercial por cada cien mil habitantes. No era tan sencillo y es preciso avanzar y pensar qué es lo que queremos en realidad. Resulta complicado saberlo; el ensayo-error de décadas traza un vector que muestra la importancia del centro de la ciudad y de uno o dos espacios de concentración comercial. Lo demás es complicado. Zaragoza es dura. No es nada nuevo.

Juan Luis Saldaña es periodista y escritor

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión