Por
  • Julio José Ordovás

Un frío purificador

El monasterio de las Canonesas Regulares del Santo Sepulcro –también llamado monasterio de la Resurrección- de Zaragoza
El monasterio de las Canonesas Regulares del Santo Sepulcro –también llamado monasterio de la Resurrección- de Zaragoza
Oliver Duch

Ojalá tuviera una prosa tan delicada y precisa como la de Azorín para poder describir, en sus múltiples matices, la serenidad espiritual que se respira en el monasterio de la Resurrección. Qué envidia me da ese gorrión, divina y urbana avecilla, que revolotea con alegría sobre las rosas del jardín del claustro, celebrando la primavera, su cosquilleo sensual.

Los edificios hablan, pero pocas veces nos paramos a escuchar qué es lo que nos quieren decir. El monasterio de la Resurrección, que durante siglos y siglos ocupó una esquina de la ciudad, se ha quedado aislado en el centro, formando una isla de tiempo intemporal. En sus muros y paredes se puede leer la historia de Zaragoza igual que en un palimpsesto. Resume, quizá como ningún otro edificio zaragozano, la inmortal y heroica ciudad. Su continuidad histórica. Y emociona pensar que probablemente fueron los mismos alarifes que decoraron la fachada de la Seo quienes decoraron las paredes del refectorio, monumental cámara frigorífica en la que las canonesas comían ritual y frugalmente dando gracias a Dios por todos y cada uno de los alimentos que se llevaban a la boca. En el monasterio todo está limpio. Todo está vacío. Todo está en orden. Y todo está en silencio. Una limpieza, un vacío, un orden y un silencio antiguos.

Admiro profundamente a las canonesas que mantienen vivo el monasterio. Sus sonrisas, llenas de bondad, iluminan el corazón de Zaragoza. Sus manos bordadoras y rezadoras tejen el presente por el que nos deslizamos con el ovillo de los tiempos pasados.

La ciudad bulle y arde de gente, de ruido, de colorines digitales, pero en el monasterio hace frío, un frío que viene de lejos, un frío sagrado que purifica el alma

Julio José Ordovás es escritor

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