Por
  • Omar Fonollosa

Morirse o no

Morirse o no
Morirse o no
Pixabay

Mucho se ha reflexionado sobre la muerte. Yo le he dedicado todo un libro de poemas, aunque para ser sincero en ellos hablo de la vida. Suele decirse que al conocer la muerte uno va a una vida mejor, por lo que la muerte vendría a ser una prolongación de la vida, quizá en otra ciudad o en otro continente, en un paraíso idílico (y por tanto —¡qué lástima!— inexistente). 

Me gusta imaginar distintos escenarios de vida tras la muerte como, por ejemplo, habitar el Valhalla rodeado de vikingos y vikingas que ofrecen deliciosos y anestésicos licores a la lumbre de un fuego exageradamente nórdico y lleno de vida. Otras veces imagino la muerte como uno de esos anuncios de televisión de tónica para el gin-tonic en los que aparecen enormes fuentes de mármol en inmensos jardines, y las ardillas saltan de vaso en vaso mientras suena una melodía agitada que conduce hasta un pasillo de estatuas sonrientes con una mesa al fondo llena de suculentos manjares salados y frutas maduras. Puestos a imaginar cómo es la muerte, qué hay en ella, a mí me gustaría que hubiese todo lo que me gusta de la vida, empezando por vida.

Sería fantástico, no me lo nieguen, que aguardasen esos extensos jardines verdes con flores rojas, con estatuas de mármol y de bronce, con comida y vino —aunque no sea mi bebida favorita, pero otorga cierto prestigio a quien la bebe y sabe hacer el paripé de entendido—; que pudiese uno encontrarse y conversar con grandes artistas, rellenar la copa a Sócrates o aplaudir a Édith Piaf. Sería fantástico, casi tanto como que todo eso quedase en un cuento al apagar el despertador.

Omar Fonollosa es poeta

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