Por
  • Xulio Ríos

La economía china, en el diván

La economía china, en el diván
La economía china, en el diván
Heraldo

Las controversias acerca de la situación de la economía china son el pan de cada día en numerosos medios internacionales. Mientras para unos casi todo son signos en rojo, para otros, a pesar de las dificultades, la cosa no estaría tan mal. 

En Pekín no se niegan las referencias a las dificultades, si bien se contextualizan en lo delicado de la recuperación después de la covid, la debilidad del consumo interno y global e incluso el efecto de las tensiones geopolíticas.

De las 31 demarcaciones territoriales chinas, 17 no lograron sus objetivos de crecimiento del producto interior bruto el pasado año. En las sesiones parlamentarias provinciales y regionales llevadas a cabo con carácter previo a las de nivel estatal en la Asamblea Popular Nacional, los objetivos para el actual ejercicio oscilan entre el 4,5% y el 8%. Solo cuatro fijaron metas más altas que en 2023, mientras que 16 las redujeron. El pasado ejercicio el PIB de China creció un 5,2%, por encima del 5% previsto.

China no se conforma con ser solo la fábrica del mundo. Aspira a ser la gran potencia económica

Procurando huir del énfasis en las sombras, en las sesiones parlamentarias anuales que se celebran en Pekín la economía reina en buena parte de los trasiegos de sus señorías. Habitualmente, se presentan estos encuentros como meramente legitimadores de decisiones adoptadas previamente por el liderazgo partidario. Pero en 2023, hecho un tanto anodino, la sesión ordinaria del Comité Central del Partido Comunista Chino (PCCh), que habitualmente en su tercer pleno anual de otoño aborda las cuestiones económicas, no se llegó a celebrar, lo cual deja el escenario un tanto abierto.

La clave central de la política china en este orden sigue siendo el modelo de desarrollo. Y no tanto atendiendo a la cifra de crecimiento o el estado de ciertos indicadores, por más valiosos que pudieran ser, sino a la cuestión estratégica de la orientación económica. El modelo está definido desde hace tiempo. Lo que falta es comprobar si encaja como adecuado para resolver las ecuaciones imperiosas del momento, desde lo tecnológico a lo ambiental, incluyendo la cuestión social o de la "prosperidad común", en palabras de Xi Jinping; una alusión que algunos consideran "izquierdista", si bien habría que celebrarla para trascender las persistentes desigualdades.

Que China no quiere ser solo la fábrica del mundo está claro desde hace tiempo. Anhela más. El factor decisivo radica en la capacidad para trasladar la innovación a la producción industrial y manufacturera con la rapidez y garantías requeridas. Es todo un reto y nada fácil de encarar. Incluso en la inteligencia artificial, donde acumula posiciones avanzadas, no parecen ser sus empresas las que aportan grandes novedades, al menos a juzgar por la trascendencia mediática de las innovaciones, muy inclinadas del lado del competidor estadounidense. Y quizá ello no se deba solo al efecto de las sanciones de Washington en el ámbito de los chips, que podrían hacerle daño, sino a factores más estructurales sobre los que debería actuar. El tiempo lo dirá.

China tiene una importante motivación. No es solo la competencia. Es el propósito de completar la modernización, un proceso que vive ahora momentos decisivos si para 2049 –el centenario de la fundación de la República Popular China– debe estar ultimado.

Es por eso que en las sesiones parlamentarias que han comenzado en Pekín la cuestión de cómo lograr el impulso económico ninguneando la política de contención alentada por Estados Unidos es un asunto crucial. El PCCh no se plantea cambiar el modelo estructural que le ha permitido llegar hasta aquí, con fuerte peso del sector público, desoyendo la presión para apoyarse más en la economía privada. Por el contrario, sí apunta al trazado de nuevos segmentos productivos, diferentes a los tradicionales, en los que radicaría la capacidad para acelerar el desarrollo sobre bases autóctonas y sostenibles.

El factor clave es trasladar con rapidez la innovación a la producción

Es hora de hacer balance del ‘made in China 2025’, una estrategia anunciada por el Consejo de Estado en mayo de 2015 con el objetivo central de aumentar, consolidar y equilibrar la industria de manufactura para convertir este país en una potencia tecnológica mundial influyente. Mucho de ese esfuerzo hoy se orienta a dominios diferentes a la defensa y el gasto militar, con prioridad para la economía, la sociedad y el medio ambiente.

La ciencia y la innovación tecnológica deben aupar las nuevas industrias que se promueven en Pekín. Es un cambio de paradigma que no solo modernizará la industria tradicional sino que ayudará a configurar un sistema moderno con el auge de las emergentes, la recalificación de la fuerza laboral y la nueva infraestructura necesaria para el desarrollo de estos sectores. El toque de corneta afectaría sobre todo a las tecnologías consideradas centrales y debe concretarse en el aumento significativo de la competitividad de los sectores fabriles más avanzados.

Mientras la obsesión por la seguridad condicione el rumbo en Occidente, esa apertura china hacia nuevos horizontes productivos solo puede llevarla a cabo contando con sus propios medios, ya que la cooperación científica con terceros países se ha resentido a causa de las tensiones geopolíticas.

Una situación parecida la vivió China en los años setenta del siglo pasado, tras la ruptura con la URSS. Entonces, globalmente, superó la prueba con holgura. Y, sin duda, esa experiencia pesa en el imaginario de los actuales líderes chinos.

Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

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