Ucrania: ¿Quién va ganando?

Ucrania: ¿Quién va ganando?
Ucrania: ¿Quién va ganando?
Heraldo

En las primeras páginas de la novela ‘La Cartuja de Parma’, Fabricio del Dongo intenta unirse al ejército de Napoleón, que acababa de recuperar el trono imperial tras escapar de su confinamiento en la isla de Elba. 

Lo alcanza, por fin, unas cuantas leguas al sur de Bruselas y de inmediato se ve envuelto en una serie desordenada de incidentes, en uno de los cuales resulta herido. Vio, sintió, vivió intensamente aquellos sucesos, pero no llegó a comprender qué sucedía. Durante su convalecencia, se preguntaba aún si lo que había presenciado era una batalla, si esa batalla era la de Waterloo.

Hace casi dos siglos, Clausewitz habló de la ‘niebla de la guerra’, es decir, de la confusión que reina siempre en el campo de batalla, una confusión que hace difícil comprender la situación y adoptar decisiones correctas. En el conflicto ucraniano, la espesa niebla clausewitziana está dificultando que tengamos una conciencia situacional clara, que sepamos quién está ganando y quién está perdiendo, que podamos prever cómo puede terminar el conflicto.

Ucrania y Rusia están enzarzadas en una guerra
de desgaste

Durante las últimas semanas, los rusos parecen haber tomado la iniciativa y han ocupado algunas localidades, entre ellas Avdiivka (o Avdéievka, como la llamaban sus habitantes cuando aún estaba habitada). ¿Quiere esto decir que están ganando? Pues no necesariamente. La toma de Avdiivka es, sin duda, un éxito local de los rusos, pero, ¿es también un éxito estratégico? Y, sobre todo, ¿cuál es el precio que han tenido que pagar? ¿Les compensará? Cuando se disipe la niebla, ¿no descubrirán los rusos que han obtenido una victoria pírrica?

Porque esta es una guerra de desgaste, como lo fue la Primera Guerra Mundial hace un siglo. Durante meses o años, los frentes apenas se mueven, aunque ello no signifique que la situación sea estable. Ambas partes sufren un desgaste enorme y puede llegar un momento en que una de ellas no pueda soportar más la presión y en pocas semanas se hunda. Como ocurrió en 1918.

Así que en esta guerra lo importante es el desgaste, no el territorio que se controla. Y, por eso, los adversarios, que no pueden ocultar sus avances o retrocesos, hacen todo lo posible por mantener en secreto el volumen de sus pérdidas. Materiales y humanas. Hace unos días, el presidente ucraniano Zelenski reconocía 31.000 muertos en sus filas, pero indicaba que los rusos habían tenido seis veces más víctimas. Es decir, que estaban sufriendo un desgaste muy superior, que sus ganancias aparentes sobre el campo de batalla las estaban consiguiendo a un precio que no podrían pagar durante demasiado tiempo. Como parece obvio, los cálculos rusos son muy distintos.

¿Quién acabará ganando? Si estuvieran solas Rusia y Ucrania, sin duda sería la primera la que obtuviera la victoria, y ello en un plazo no demasiado largo. La población rusa es sensiblemente superior, la economía, más potente y, a pesar de las sanciones, los rusos han sido capaces de reestructurar su sistema productivo para suministrar a las Fuerzas Armadas lo que estas necesitan. Por el contrario, si Occidente acudiera en apoyo de Ucrania con el cien por cien de su poder militar y económico, llegaría un momento en que Rusia no sería capaz de aguantar el envite. ¿Por qué no lo hacemos, pues? ¿Por qué no dar a los buenos todo lo que necesitan para derrotar a los malos?

Ucrania y Rusia están enzarzadas en una guerra
de desgaste. Lo importante no es tanto el territorio que se gana o se pierde, sino el coste que se paga por ello

Hay dos problemas. El primero se refiere a la propia resistencia de Ucrania. El esquema actual de ayuda presupone que los ucranianos tienen una capacidad ilimitada de absorber armamento occidental y de movilizar a nuevos combatientes para reponer sus pérdidas. Ello, evidentemente, no es así. La población ucraniana está muy mermada por la baja natalidad de las últimas décadas, por la emigración y, desde el comienzo de la guerra, por el importante número de refugiados que han abandonado el país, de manera que las sucesivas oleadas de movilización encuentran cada vez más problemas para cubrir sus objetivos.

Y el segundo problema, tan importante como el primero, se refiere a la actitud de nuestras poblaciones, un factor clave en regímenes democráticos. Hasta ahora, la opinión pública occidental ha sido favorable a apoyar a Ucrania con armamento, dinero y medidas diplomáticas (sanciones contra Rusia), pero ¿estaría también dispuesta a comprometer el cien por cien de nuestras capacidades? ¿Aceptaría el despliegue en Ucrania de miles de nuestros soldados, y el importante número de bajas que sin duda se produciría? ¿Aceptaría la pérdida de bienestar material como consecuencia de la militarización plena de nuestras economías? ¿Aceptaría el riesgo de ataques nucleares rusos contra nuestras ciudades?

Demasiadas preguntas para las que no tenemos respuesta. La ‘niebla de la guerra’ va a tardar aún algún tiempo en despejarse. A ver si lo hace pronto y podemos consagrarnos a la difícil tarea de reconstruir lo mucho que en estos años se ha destruido.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por José Miguel Palacios en HERALDO)

josé Miguel Palacios es doctor en Ciencias Políticas

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión