Tener (o no tener) discurso
“Conmigo no tienes que fingir. No tienes que decir nada. Si me necesitas, silba. ¿Sabes silbar, no? Juntas los labios y soplas”. Lauren Bacall le decía eso a Humphrey Bogart en la escena más famosa de ‘Tener o no tener’ (1944), de Howard Hawks. El guión de esa joya fílmica fue de Jules Furthman y el premio Nobel de Literatura William Faulkner: este último, amanecista por ósmosis 45 años más tarde gracias a José Luis Cuerda.
El caso es que Furthman y Faulkner, cuyos texto fueron corregidos compulsivamente por el propio Hawks, adaptaron la novela homónima de Ernest Hemingway, otro reconocido con el Nobel por la Academia Sueca. Bacall estaba en su primer rodaje con apenas 18 años, tras una fugaz y exitosa carrera como modelo que ya le había llevado a la portada de ‘Harper’s Bazaar’. Se enamoró de Bogart, 25 años mayor que ella; se casaron al año siguiente y estuvieron juntos hasta que un cáncer se llevó al protagonista de ‘Casablanca’ en 1957.
Saliendo de la pantalla, como Jeff Daniels en ‘La rosa púrpura del Cairo’, lo de “tener o no tener” es una frase que se usa a menudo para definir el talento (con la variante “se nace o se hace”) o bien para otorgar la razón a una de las partes en conflicto. Hay otro contexto en el que se emplea, algo más vago: tener discurso. Afirmarlo de alguien se identifica con cierta admiración. ¿Es relevante dominar el verbo? La respuesta es y ha sido siempre “sí”, desde el tartamudo Demóstenes a Martin Luther King o Tomás Aparicio, estudiante de la Universidad de Vigo y campeón mundial de oratoria el pasado octubre. Lo ideal es que haya chicha semántica bajo una carcasa oral resultona, caso del verbo de Faulkner: en este pueblo somos muy de Faulkner. A ver qué pasa con Tomás: quizá sea político y eleve el nivel. Le ganó a un argentino en la final, ¿eh? Tela.
