Andrés García Inda escribía el viernes sobre la muy extendida «obsesión por interpretarlo siempre todo con una lógica de suma cero». 

Es decir, nos empeñamos demasiado a menudo en dar por supuesto que, en las relaciones sociales, políticas o económicas, lo que alguien gana es porque algún otro lo pierde. Esta perspectiva, dice García Inda, recordando las palabras de un amigo suyo, «distorsiona y yerra nuestra percepción de la realidad». No es difícil ver que esa es la manera de pensar que guía, por ejemplo, las relaciones, siempre desafinadas, entre los dos principales partidos políticos españoles. Ambos parecen convencidos de que solo pueden ganar algo -popularidad, votos, prestigio, poder- infligiendo al adversario una pérdida equivalente. Lo cierto es que con esa estrategia suelen salir perdiendo los dos, y de paso pierde el prestigio de la actividad política. El resultado de la ‘suma’ de sus movimientos no es que sea cero, es que sale negativo. En cambio, si consiguieran ponerse de acuerdo en algunas cosas, solo unas pocas, seguramente saldrían ganando los dos, y además ganaríamos todos: suma positiva para España. García Inda pone también un ejemplo de cómo el prejuicio de la suma cero desorienta nuestra comprensión de los fenómenos económicos, impidiéndonos ver que la clave está en la creación de riqueza. Esto me recuerda a aquel personaje de Galdós, creo que era el protagonista de ‘Lo prohibido’, que aseguraba que en Madrid había siempre circulando cinco mil duros, ni más ni menos, y que el devenir económico consistía simplemente en ver cómo iban cambiando de manos. Y es curioso que en las novelas de Galdós -he leído unas cuantas, pero ni mucho menos todas- el mundo de la producción y del trabajo no aparece ni en pintura. Me da la impresión de que lo mismo ocurre en los despachos de nuestros políticos.