Subdirector de HERALDO DE ARAGÓN

La felicidad de Bolaños, la tristeza de un país

El ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños, que es también el notario mayor del Reino, en el momento de anunciar el acuerdo para la ley de amnistía.
El ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños, que es también el notario mayor del Reino, en el momento de anunciar el acuerdo para la ley de amnistía.
Eduardo Parra / Europa Press

Lo que hizo el notario mayor del Reino de España se acerca al culmen del despropósito, muy próximo a la conjunción planetaria de Leyre Pajín, o quizá la supere.

 Uno puede personalizar, desde la falsa modestia, los logros colectivos de cualquier índole, pero resulta forzado felicitarse por el acuerdo entre el PSOE y Junts para aprobar una ley de amnistía que borra cualquier responsabilidad en el ‘procés’. Entre otros motivos porque el PSOE puso el papel y Junts escribió el guion. Intentar pasar la exoneración de Puigdemont y de los Pujol como un logro de la democracia y un avance hacia la convivencia resulta pueril, forzado y escasamente creíble. En una sociedad avanzada y con una opinión pública formada, que no es la de los albores de la Ilustración, considerar que el gobierno de Sánchez ha desatascado el mal llamado conflicto independentista solo puede entenderse como una justificación ante un atropello flagrante del Estado de derecho y de la separación de poderes.

Hoy Cataluña no avanza a ningún lado, salvo a la próxima declaración de independencia, sino que retrocede en derechos, igualdad y respeto a la legalidad.

Pretende Bolaños que nos sumemos a su felicidad política, a la tremenda hazaña conseguida, a ese mirar a los ojos frente a frente a quienes piensan distinto, como si su partido no hubiera dicho exactamente lo contrario de lo que proclama ahora de manera tan artificial, afectada, inequívocamente falsa. España tiene el mismo p roblema que arrastra desde hace décadas, solo que ahora se agrava debido a la debilidad de un gobierno que prefiere su supervivencia a la del Estado que dice defender. Cuatro años más en una presidencia no merecen la pena porque el precio ni siquiera lo sabemos. Solo se ha constatado que las decisiones del Ejecutivo son estrictamente aritméticas, un error mayúsculo si se pretende mirar con perspectiva.

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