Así es la Lonja

Colas en la Lonja de Zaragoza para visitar una exposición.
Colas en la Lonja de Zaragoza para visitar una exposición.
Francisco Jiménez

En las primeras semanas de 2024 ha hecho cinco años que murió Gonzalo M. Borrás y cincuenta de que a él y a mí nos engañara un poderoso catedrático. Verán.

En 1957 publicó Francisco Íñiguez un artículo en que citaba de paso una vista inédita de la Zaragoza del siglo XVI. El arquitecto era amigo de Franco y este, contento con la restauración por Íñiguez del castillo de la Mota, le ofreció elegir otro edificio que resucitar. Íñiguez -contaba- le pidió el cuartel cuyas paredes mugrientas ocultaban los restos de la Aljafería. Allí pudo conocerlo este firmante, por mediación de Antonio Beltrán. Íñiguez sabía mucho de Aragón, ya desde el salvamento del Pilar, que se hundía a ojos vistas. Encargado de zona de Bellas Artes, pero recién titulado, prudentemente se puso a disposición de Teodoro Ríos Balaguer, a quien apoyó en cuanto hizo, con feliz resultado, pues el Pilar sigue en pie. Lustros más tarde y tras haberse ocupado de varios lugares significativos de la capital aragonesa, dio una conferencia en el Ayuntamiento para explicar lo que se estaba haciendo bajo su dirección en la Aljafería y en ella aludió a esa pintura que había visto en la Biblioteca Nacional de Austria, antigua Biblioteca Imperial de Viena. Hay en ella muchas obras procedentes de España, a la muerte de Carlos I de España, una rama de los Habsburgo dejó el Manzanares por el Danubio y se llevó no pocas cosas a su Austria de origen.

Me costó mucho dar con esa vista. La no siempre razonable sistematicidad germana había clasificado aquella pieza de Wijngaerde en las colecciones de manuscritos (‘Hanschriftensammlungen’), no como pintura ni dibujo. En efecto, la vista panorámica lleva anotaciones de la mano del autor.

Es el testimonio más antiguo de que el piso alto de la Lonja de Zaragoza era accesible desde su origen, mediante una escalera helicoidal albergada en el interior de un torreón circular, adosado a la esquina noroeste del gran edificio de Juan de Sariñena. Este fue el maestro de obras (hoy diríamos arquitecto municipal) que alzó la Lonja.

Al ver la riqueza informativa de aquel dibujo recurrí al superior saber de Gonzalo y juntos redactamos un librito (1974), explicando los detalles del minucioso dibujo del autor flamenco. Lo publicamos con la ayuda de Luis Marquina, como edición de autor impresa por Octavio y Félez.

A todo esto, con ingenuo alborozo, había dado cuenta de la novedad, con pelos y señales, a un mandarín de mi facultad; quien, con todo descaro, editó de inmediato, a color y en facsímil, la gran panorámica de la ciudad que hoy adorna muchos despachos públicos y privados. Fue un bellaco despojo, un atraco intelectual. Pero eran años que amparaban los abusos. Este quedó impune y lo único que me atreví a hacer fue señalar, tras el colofón del libro y en letra chica, que el ratero académico había abusado del esfuerzo ajeno y sin citarlo.

En todos los estudios recientes sobre la Lonja, edificio magnificente y de sorprendente originalidad y belleza, se insiste en la existencia de esa planta elevada, de imposible acceso en el actual estado del edificio. La construcción, a la que ha aludido recientemente un grueso volumen del arquitecto R. Usón, ha sido evaluada desde el punto de vista histórico e iconográfico en diversos y valiosos estudios de Carmen Gómez Urdáñez, gran conocedora de la arquitectura civil de Zaragoza del siglo XVI.

En uno fue capaz de dar significado a los numerosos rostros que aparecen en el exterior del edificio, rehecha su policromía en la restauración que llevó a cabo (1987-1990) la fallecida Úrsula Heredia, muy cuidadosa de los monumentos de Zaragoza.

En otro, publicado hace unos meses por la Universidad de Santander, defiende el alto valor de la Lonja como edificio no solo mercantil, sino suntuario, exponente de la condición opulenta de la entonces llamada ‘Zaragoza, la harta’ y recuerda lo que dice de ella Blasco de Lanuza, al poco de inaugurarse en 1551: ««... sumptuosíssimo y magestoso edificio, la más rica Lonja que hay en España». Para Aramburu (1791) es edificio «aplaudido de los extranjeros». Para Quadrado (1844), «de noble suntuosidad». Para los Gascón de Gotor (1890), de interior «superior a todo encomio». Para Camón (1933), obra «de empaque florentino». Para Chueca (1952), una de las tres «cumbres de nuestra arquitectura civil del Renacimiento», refiriéndose a España.

El Ayuntamiento busca usos para la Lonja. La Lonja en sí misma es un objetivo de primer orden. No necesita sino poder ser vista, desembarazada de trastos. Recuerda Carmen Gómez que las «abstractas columnas jónicas de la sala transmitían, con su formalización clásica y su potencia, la idea del parangón con la antigua Roma, que no dejaba de aumentar la confianza en el prestigio de la ciudad». Exactamente. ¿Qué más pedir? No la toquéis ya más, que así es la Lonja.

Coda

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