Un duelo entre ancianos
La perspectiva de que el próximo mes de noviembre se repita el enfrentamiento electoral, que ya vimos en 2020, entre Joseph Biden y Donald Trump transmite una sensación desalentadora respecto a la política estadounidense y, por extensión, sobre el panorama de los países democráticos.
Es bien triste, y no augura nada bueno, que el atrabiliario Trump, incluso cosido a querellas, mantenga no solo su predicamento sino prácticamente un dominio total sobre el Partido Republicano. El que fue en tiempos, no se olvide, el partido de Abraham Lincoln o, más recientemente, de Dwight Eisenhower. Pero tampoco resulta de ninguna manera reconfortante que el Partido Demócrata haya sido incapaz de generar en estos últimos años una personalidad política sólida y con garra para enfrentarse al ricachón neoyorquino, que ni siquiera haya sabido promover el perfil de la vicepresidenta Kamala Harris y que tenga que volver a presentar a un Biden, ya octogenario, que no suscita, en estos momentos, ni entusiasmos ni apoyos masivos en la opinión pública. El mero hecho de cumplir años, naturalmente, no descalifica a una persona para desempeñar un cargo de responsabilidad, incluso como es el caso, de altísima responsabilidad. No cabe duda, sin embargo, de que a partir de un cierto punto la edad supone un serio riesgo de merma de facultades. Y a muchos ciudadanos de Estados Unidos, el deterioro de las de Biden les parece evidente. En todo caso, que el futuro inmediato de la principal potencia democrática del orbe vaya a decidirse en un pulso entre dos ancianos produce un cierto escalofrío. Y, sobre todo, no dice nada bueno de la vitalidad y la capacidad de renovación y de innovación de la política de aquel país. Del Biden contra Trump de hace cuatro años, pasamos al Trump contra Biden. Y ahí seguimos peligrosamente atascados.
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