Por
  • Ana Muñoz

‘Songlines’

Aborígenes australianos
Aborígenes australianos
DAN PELED

Ahora que por fin ha terminado la temporada de caza, que los almendros están floreciendo y que los días son cada vez más largos, me gustaría rescatar una de las historias más sorprendentes que se incluyen en ‘Todo lo que se mueve’, publicado en España por la no menos asombrosa Ediciones Comisura. 

En este libro, una especie de gabinete de curiosidades que tiene mucho de cuaderno de viajes, de ensayo o de poesía, pero sobre todo de ‘inclasificable’, la investigadora y antropóloga social mexicana Valeria Mata piensa en lo nómada como una de las esencias vertebradoras del ser humano: como forma de autoconocimiento, de rebelión y hasta de arraigo. La historia en cuestión habla de las ‘songlines’, canciones que crearon los aborígenes llegados a Australia hace 60.000 años y que, generación tras generación, se convirtieron en el mejor mapa para recorrer aquella desconocida y vasta superficie. En efecto, esas marcas sonoras, que recogían indicaciones sobre los caminos, los ecosistemas o los mitos más ancestrales, permitieron a los pobladores desplazarse por millones de kilómetros cuadrados sin poner sus vidas en peligro. Se dice que los colonos británicos despreciaron las ‘songlines’; sin embargo (¡cómo no!), se valieron de sus caminos, algunos de los cuales llegaron a convertirse en carreteras principales. Los aborígenes sabían que estaban de paso y por eso, precisamente, se relacionaron con la naturaleza desde el amor y la humildad. Por desgracia, el hombre seguirá haciendo de las suyas, pero al menos durante unos meses dejaremos de escuchar sus disparos.

Ana Muñoz es docente y escritora

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