La necesidad de la historia

La necesidad de la historia
La necesidad de la historia
Pixabay

En estos tiempos tan tecnológicos que corren, ya sabemos perfectamente la ignorancia que sobre esta disciplina se tiene, mayormente en España. 

Lo comprobamos en la vida cotidiana al hablar con la gente, pero también en los modos tan ramplones, y a veces hasta inexactos, en que se divulgan los conocimientos históricos por televisiones y redes sociales. Un ejemplo paradigmático de esto es el programa de Televisión Española ‘El condensador de fluzo’, donde se cuentan variados temas históricos, de la forma más de moda actualmente. Para los niños, láminas colmadas de elementales dibujitos que pasan ante nuestros ojos a velocidad de vértigo, de tal manera que es materialmente imposible retener ningún nombre ni fecha, ni el porqué de las cosas, que es la clave del auténtico conocimiento.

Sé perfectamente que este programa es un intento (más que tardío) de comenzar a llenar el vacío de tantas disciplinas humanísticas más que necesarias para la vida. Pero, como ya he comentado, es una lograda muestra del infantilismo que nos invade a todos los niveles. De todos modos, hay que agradecer uno de los primeros intentos destinados al gran público que procura moderadamente dar la vuelta a la Leyenda Negra. Algo es algo para comenzar a desmontar el proverbial masoquismo histórico instalado entre nosotros. Vean, vean los documentales históricos de la BBC, y el trato que se da a España y a los españoles. Y en muchos concursos televisivos, ya se ve el nivel.

Y es que la historia, lo mismo que la filosofía, la geografía, la literatura o el arte, nos hace comprender el porqué del mundo en el que vivimos. La vida es toda ella causa y consecuencia. Nada, incluso al nivel humano más insignificante, sucede porque sí. No podemos comprender los conflictos de hoy sin remontarnos al pasado. Por ejemplo, los problemas que sufren muchos de los países del este de Europa: el populismo del primer ministro de Hungría Viktor Orbán, los gobiernos en Polonia y en Bielorrusia. Y desde hace dos años, la guerra entre Ucrania y la Rusia del nuevo zar exsoviético Vladímir Putin.

Hay que saber que en la paz de Brest-Litovsk de 1918, la Rusia de Lenin aceptó la exigencia alemana de una República Popular de Ucrania, independiente de Rusia, y que fue bien efímera. En la conferencia de Yalta (1945) los aliados occidentales aceptaron que Ucrania siguiese siendo rusa. Hasta que después, con la disolución de la URSS, Ucrania volvió a ser independiente (1991).

(Puede consultar aquí todos los artículos de José Luis Mateos escritos en HERALDO)

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