Director de HERALDO DE ARAGÓN

Autonómicas de perfil nacional

Cartela
 
POL

Ninguna de las citas electorales que se van a celebrar en 2024 perderá su carácter plebiscitario. Lo han tenido las gallegas, tanto para Pedro Sánchez como para Alberto Núñez Feijóo, y lo soportarán las elecciones vascas del 21 de abril. La política se dirime en clave de rivalidad nacional y la interpretación de cualquier resultado queda condicionada por una mirada que soslaya los condicionantes del voto autonómico. La tensión electoral, que se presume constante a lo largo del año, aunque pendiente del punto álgido que marcarán las elecciones europeas de junio, define la estrategia de los dos grandes partidos y, sin duda alguna, su argumentario político. La pérdida en Galicia de la mayoría absoluta del PP, por ejemplo, no solo habría abierto el debate sobre el liderazgo de Feijóo, sino que habría desbrozado el camino para una rápida aplicación de la ley de amnistía. Por todo ello, el interés por la batalla electoral del País Vasco nace de las muchas incógnitas que arrastra, del nuevo cambio de ciclo político que parece que la acompaña y, especialmente, de la condición determinante que alguno de estos cambios puede ocasionar en la política nacional. ¿Alcanzará Bildu la presidencia del Gobierno vasco?

Las encuestas han comenzado a anticipar lo que podría ser un vuelco electoral. Bildu amenaza la hegemonía sostenida por el PNV desde 1980 y ya se habla de un posible ‘sorpasso’. El PNV, que ha optado por prescindir de Íñigo Urkullu para apostar por Imanol Pradales, un candidato más joven y que supuestamente traslada una imagen de renovación, se enfrenta a una evidente pérdida de influencia en la sociedad vasca. Con un mensaje político que no ha sabido actualizarse y con un desgaste de su reputación gestora, especialmente en un terreno tan sensible como es el sanitario, el PNV, que en el pasado supo anticiparse, navega ahora con la evidencia de que la estrategia desplegada por Pedro Sánchez ha permitido que ya no sea ni el único ni el primero en ser consultado en Madrid.

La cobertura concedida por Sánchez a Bildu (correspondida por los abertzales al convertirse en el primer socio de la legislatura) ha permitido que en el País Vasco se presenten como un partido que sin renunciar ni avergonzarse de su pasado ha incorporado un perfil social que, siendo más propio de formaciones como Podemos, le está permitiendo la llegada de nuevos votantes. Este amparo del PSOE hacia Bildu, mostrado sin reparo alguno en la cesión del Ayuntamiento de Pamplona, insiste en un arrumbamiento del nacionalismo moderado mientras incorpora la incógnita sobre el futuro comportamiento de Sánchez.

Sin muestra alguna de que el PNV esté dispuesto a dejarse seducir por la propuesta de Bildu de conformar una coalición nacionalista (solo hay que recordar lo que electoralmente supuso el plan Ibarretxe para los herederos de Sabino Arana), el PSOE se ha acomodado en un papel en exceso táctico, aunque igualmente dependiente, que le aleja de su condición de partido de Estado y que le ha hecho renunciar a la aspiración de gobernar en Vitoria sin ser mero acompañante del nacionalismo. Puede, tal y como dictan alguna interpretaciones, que el deseo del PSOE no sea otro que el de sostener la duda para terminar por decantar la balanza en favor del PNV, fijando, de este modo, algún tipo de reconciliación con su electorado que le favorezca de cara a las europeas. Quizá esta situación satisfaga sus cálculos, pero genera demasiados riesgos. 

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