Por
  • Esteban Villarrocha Ardisa

Cultura: ¿inversión o gasto?

Cultura: ¿inversión o gasto?
Cultura: ¿inversión o gasto?
Heraldo

Los poderes encargados de gestionar actualmente la acción cultural desde las instituciones públicas ponen muchas veces inconvenientes a la necesidad de invertir, fomentar y difundir la cultura y el arte, aludiendo al excesivo coste de estas actividades, e insinúan que no son prioritarias ni útiles. 

Estas excusas no valen, porque lo que hay detrás de sus palabras es una postura ideológica que responde a un pensamiento atávico obsoleto.

"No hay más oscuridad que la ignorancia", decía Shakespeare. El deber de las administraciones públicas, una vez más tendremos que recordar lo evidente, es difundir y fomentar la acción cultural y financiarla. La cultura mejora la salud pública. El deber de las Administraciones, reitero, es fomentar la cultura y garantizar los derechos culturales de los ciudadanos, así como el acceso universal a la misma.

La cultura y el arte son poderosos motores que crean identidad en la población, generan inclusión social, aglutinan la diversidad, promueven la participación y dinamizan el desarrollo y el progreso, pero estos puntos fuertes de la acción cultural se ponen en duda por ignorancia. La inversión en cultura la consideran gasto y no es entendida como inversión en presente y futuro, ni parece ser considerada parte primordial de los presupuestos públicos. Necesitamos urgentemente repensar la cultura y volver a hacerla nuestra, aceptando todas sus dimensiones, incluso aquellas que hemos olvidado.

Debemos resituarnos frente a ella, no solo como consumidores, sino como agentes que la potencian en los espacios públicos, y así volver a interpelarnos y compartirla con aquellos que nos rodean. Devolver el valor y la relevancia social a la cultura es una necesidad urgente, así como frenar a los iletrados que pretenden prescindir de los creadores y artistas, censurándolos o impidiendo el acceso a la financiación de sus proyectos.

Las nociones históricas sobre la cultura precisan hoy en día una definición transversal y amplia en la que poder trabajar todos juntos para fortalecer el tejido social que debe hacer de la cultura un fenómeno integrador. El hecho cultural no constituye nada extraordinario ni necesariamente privado o ligado al tiempo de ocio, porque sus diversas manifestaciones han de estar vinculadas a la cotidianidad y deben ser un proyecto colectivo, una práctica siempre en construcción. La cultura nos encamina directamente a la reflexión y al pensamiento crítico. La cultura es el único y verdadero tesoro que poseemos y está en la memoria colectiva.

Los gobiernos tienen que incluir en sus presupuestos un capítulo importante para fomentar y apoyar la cultura y el arte, que no constituyen un gasto, sino una inversión

Lo cierto es que la dimensión del sector cultural tiene efectos importantes sobre la economía de los pueblos. Ante la pregunta: ¿quién debe ser el motor de la acción cultural? La respuesta es que la acción cultural no es exclusiva de las Administraciones públicas, por eso es imprescindible encontrar y buscar un equilibrio en la protección de la acción cultural, y más cuando se presta desde el sector privado. En ese caso, no son los poderes públicos los actores directos de la acción cultural sino que su función es la de favorecer, fomentar, difundir su desarrollo y el acceso de los ciudadanos a la misma a través de los presupuestos; y propiciar que los verdaderos protagonistas del hecho cultural, los artistas, y las estructuras que los sustentan, cuenten con los medios necesarios para garantizar el derecho contenido en nuestra Carta Magna. Esta es tarea fundamental de las instituciones públicas.

Nuestra Constitución entiende la cultura, no como un lujo dirigido a las élites, sino como un eje vertebrador de la sociedad democrática. La cultura es un bien esencial y la actividad cultural conforma un sector estratégico de la economía. La cultura contribuye al avance tecnológico, al desarrollo económico y a la creación de empleo que, junto a su aportación al mantenimiento de la diversidad y la tolerancia, le otorga un valor prioritario que hay que proteger.

Estos razonamientos son suficientes para que las Administraciones públicas establezcan las medidas necesarias para su fomento y promoción, y determinen los sistemas más convenientes para su financiación, difusión y conservación. La cultura prefiere prescindir de ocurrencias y tener las certezas que iluminen un futuro que acabe con la ignorancia, porque reitero: "No hay más oscuridad que la ignorancia".

Esteban Villarrocha Ardisa es gestor cultural

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