El ‘cop de falç’

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, durante la rueda en la que ha anunciado que la Generalitat declara oficialmente la emergencia
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès
EFE/Andreu Dalmau

El nacionalismo aragonés es y será fallido porque el localismo en Aragón no sabe ser teratógeno. No crea monstruos. Un texto escolar zaragozano (R. Fuster, 1884) hace catalán al valenciano Santángel, adjudica a Cataluña la financiación del Descubrimiento y asegura que el edil barcelonés Fivaller humilló al rey Fernando I. Así no hay nacionalismo que medre.

En aquella España de 1880 a 1918, (digamos que cuando Costa y Cajal) todo se regionalizó, según certera expresión de José-Carlos Mainer. Surgieron el nacionalismo vasco, antiespañol y separatista desde su cuna, y el catalán, ruidoso, teatrero y proteico. Ambos con adobos racistas: el vasco, en sumo grado. Y Bartolomé Robert, que fue alcalde de Barcelona en 1898, definió el ‘cráneo catalán’. Los dos tienen bonitas estatuas en su tierra natal.

Ambos nacionalismos germinaron. El PNV segregó dos escisiones mayores: la ANV de Luis Arana (aún más cerrado que su hermano menor Sabino) y la ETA, matriz de Batasuna, hoy Sortu. También el separatismo catalán se ha duplicado desde el engendro abigarrado de Esquerra (ERC) en la II República. Acogida por Maragall y Montilla, ERC gusta más del apaño con ‘Madrit’ que Junts per Catalunya, donde anida el prófugo Puigdemont, y que es la fruta derechista y xenófoba (eso dicen los esquerristas) brotada del compost pujoliano.

Del mismo modo que militar no significa militarista, nacional no equivale a nacionalista. El nacionalista es víctima, a menudo consciente, del localismo. José-Carlos Mainer lo describió con gracia: localista es quien decide quedar "al margen de la historia más central viviendo de sus propios jugos". El nacionalismo español también es un localismo, pero (a causa de su pasado mapamundi), más amplio de miras que el vasco y el catalán. Y, aun con todas sus fábulas, no supera a los otros dos, cuya colección de embustes es inigualadamente vasta y acrítica. Incluso se ve en banderas e himnos, si se sabe mirar.

La bandera vasca es la de un partido que pretendía (según Indalecio Prieto) crear en España "un Gibraltar vaticanista". Y pocos españoles saben, catalanes incluidos, que la Generalidad tiene su escudo, pero Cataluña, no.

El himno vasco podría haber sido, y así se esperaba, el ‘Gernikako arbola’, que canta al roble vizcaíno como símbolo de paz para el mundo. Pero Arana tenía tirria (y celos) a su autor, Iparraguirre, vasco hasta el tuétano y español proclamado. Por eso el PNV impuso la música del insípido ‘Gora ta gora’ (¡Viva y viva!), que es su himno con otro nombre y sin letra. Los vascos viven simbólicamente bajo el ala del aranismo.

El himno catalán ‘Els segadors’ es tan inventado como el ‘Mil.lenari de Catalunya’ (en 1990 se celebró el milenio de una fecha ‘catalana’ en la que ni existía aún la palabra Cataluña). No nace de la guerra ‘dels segadors’ de 1640 (como aparenta), ni de la de Sucesión de 1700. Es del siglo XIX, canción de Francesc Alió (1892), que hubo de retocarse porque ya el primer verso hablaba de "Catalunya, comtat gran" cuando Cataluña, que nunca fue reino, tampoco fue condado, grande ni pequeño. Empezó mal la cosa. Lo que se canta hoy es un arreglo de Emili Guanyavents (1896): "Catalunya, triomfant…". La letra le parecía al poeta nacionalista Josep Maria de Sagarra ruda y demasiado separatista. En teoría, se remite a una rebelión payesa contra los abusos de la soldadesca regia. En 1892, Alió lo reescribió, pidiendo un ‘bon cop de falç’, un fuerte golpe de hoz para defender a Cataluña, antaño ‘rica i plena’ y luego esquilmada por España. (Dónde irá el buey que no are). El himno aparenta así una antigüedad que no posee.

Las fábulas nacionalistas (todos los nacionalismos las inventan, incluido el español) tienden a imponerse, especialmente en las mentes poco instruidas en historia

‘Cop de falç’

La gran mayoría de nuestros políticos ignora estas cosas, por creerlas irrelevantes. No condenan las ofensas oficiales, institucionalizadas, contra símbolos de España como la bandera (quemada, retirada) y el himno (abucheado). La bandera de España está proscrita de muchos balcones oficiales desde donde se canta la lucha heroica de ‘els segadors’. Tales ofensas no son reprimidas, ni sancionadas, ni aun reprendidas por autoridades obligadas de oficio a hacer cumplir la ley.

Pero ¿de qué segadores se trata? Si las ‘barras’ nada tienen que ver con Wifredo el Velloso, el ‘cop de falç’ alude en origen a los amoríos de un segador muy bien dotado para las artes venéreas. Lo cuentan varias cancioncillas muy antiguas. Una cuadrilla ambulante de segadores se alquila por los pueblos. Y uno de ellos, joven, fuerte y con una ‘hoz’ pulida y afilada, es invitado por una dama a que le trabaje un campo muy peculiar y amable, resguardado del sol y de la lluvia, cuyo centro es un suave arroyo. La canción dice que el segador se aplica a fondo y la dama le ofrece "ous i butifarra", para que no desfallezca y mantenga sus gozosos golpes de hoz, que llegan a casi cuarenta.

Ese fue el prístino ‘bon cop de falç’. Más sensato que los de ahora, si bien no menos presuntuoso.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Guillermo Fatás)

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