Por
  • Ángel Garcés Sanagustín

Sobre el odio

Sobre el odio
Sobre el odio
Pixabay

Al contrario que el amor, el odio casi siempre es correspondido. Lo vence la indiferencia practicada con sutil agudeza. Hace un tiempo, mientras comíamos, un prestigio penalista me habló sobre la tipificación en nuestro Código Penal de los denominados delitos de odio. Me explicó que era una introducción más en nuestro Derecho de la cultura ‘woke’. 

Me comentó que el odio en sí mismo no debería ser delito y sólo debería perseguirse cuando se materializara en algunos de los diferentes tipos penales que ya contemplaba nuestro Código Penal. Le exhorté a publicar algo al respecto. Se encogió de hombros. En el fondo, sentía temor ante el odio que pudiera suscitar en algunos integrantes de estos colectivos de personas ‘vulnerables’ que ampara específicamente nuestro Derecho.

El odio ha existido siempre porque es consustancial a la naturaleza humana. Mientras duró la actividad de la banda terrorista ETA, me pareció igual de repugnante el comportamiento del asesino que el del aberzale que lo jaleaba. Es más, puestos a elegir, me parecía más infame la conducta del que acudía a neutralizar las manifestaciones contra el atentado, gritaba ‘ETA, mátalos’ y, posteriormente, se iba a tomar potes por el ‘casco viejo’. Al fin y al cabo, el que apretaba el gatillo vivía en la clandestinidad y se jugaba muchos y merecidos años de cárcel.

Estamos creando un mundo en el que la gente mira y critica detrás del visillo
de su ordenador o de su móvil 

Durante la Guerra Civil, el integrante de un pelotón de fusilamiento podía ser un pobre hombre, reclutado contra su voluntad, que se limitaba a cumplir una orden. Siempre se podrá invocar en su favor la aplicación de la eximente de obediencia debida. El crimen se producía antes, cuando el odiador delataba a la víctima por cualquier motivo, todos ellos espurios. Lo podía hacer por fanatismo, pero muchas veces imperaban cuestiones personales previas, que oscilaban entre las económicas y los amoríos insatisfechos. Según el bando que perpetrara el crimen, maestros y curas eran algunas de sus víctimas propicias. Los seguidores de Sócrates y de Jesús de Nazaret fueron, nuevamente, objeto de un odio ancestral.

En ocasiones, el delator se convertía en asesino e integraba el grupo de facciosos o facinerosos que ‘daban el paseo’. Debió de ser muy dura la agonía que padecieron los ejecutores cuando llegó su hora, cuando el recuento de todo lo vivido pasa factura. En un pueblo aragonés se cuenta que a un asesino de la retaguardia le gustaba disparar al vientre de sus víctimas, lo que alargaba su agonía. Se dice que murió en la posguerra tras padecer un dolorosísimo cáncer de estómago, aunque ignoro si es cierto.

En la actualidad, las redes sociales son elementos claves de la transmisión social y neurológica del odio. Desde el anonimato, muchos acceden a ellas para vilipendiar a cualquiera que consideren su adversario o, lo más común, mejor que ellos. Lo hacen con la inquina propia del enemigo y una incontenida rabia provocada por la envidia.

Es curioso, cada vez estamos
más intercomunicados y peor informados

Diariamente, algunos deportistas de la talla de Rafa Nadal son zaheridos por quienes serían incapaces de devolver un solo golpe de revés del manacorí. Cuánto narcisista fracasado sobrevive en nuestras sociedades. Mucho me temo que la Inteligencia Artificial contribuirá a reforzar su egolatría.

En ocasiones, las redes sociales semejan cloacas por las que discurren los icores del alma. También conforman un ámbito propicio para la propagación de mentiras o bulos, llamados ‘fake news’ por algunos ignorantes de nuestra lengua. Es más, hay un término que también sería aplicable y apenas es utilizado, habladurías. Estamos creando un mundo en el que la gente mira y critica detrás del visillo de su ordenador o de su móvil. Es curioso, cada vez estamos más intercomunicados y peor informados. Se está gestando una generación de autodidactas y ya sabemos que todo autodidacta tiene por maestro a un ignorante.

Hace muchos años que me ausenté de las redes sociales. No fue por temor a ser vilipendiado. Al fin y al cabo, soy un mindundi. Lo hice por miedo a mí mismo.

Ángel Garcés Sanagustín es doctor en Derecho

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