En la máquina del agravio en la que se ha convertido la política española, Aragón asiste atónito a la sucesión de regalías que se llevan quienes jamás perdieron un minuto en pensar en lo de todos, apalancados cómodamente en el desafío al Estado.

Y si la preocupación se desbordaba desde los pactos de investidura, ya no quedan luces de alarma que encender tras el correcalles vivido hace unos días en el Senado, con los negociadores del PSOE y las formaciones independentistas (en este caso Junts) acordando traspasos competenciales de asuntos tan sensibles como la inmigración como quien negocia el menú de una boda. ¿Se imaginan las reivindicaciones históricas de Aragón en la subasta de los Presupuestos Generales del Estado?

Todo esto, que aunque se pacta por unos afecta a todos, confirma el desdén con el que los Gobiernos centrales del PSOE y PP han venido tratando a Aragón desde lo condenaron a la vía lenta en el desarrollo de su autonomía. En estas llega la Generalitat y promete una tubería para abastecer los campos de Tarragona, como si en Aragón lo tuviéramos todo regado. La ministra María Jesús Montero promete que lo que tenga Cataluña lo tendrán todos los demás, en una réplica contemporánea del café para todos del también andaluz Manuel Clavero, quien fuera ministro de las Regiones de Suárez. Lo dice como si la cafetera no estuviera en manos de quienes dan y quitan mayorías y que saben que cuando se trata de recursos escasos, sea agua o dinero, lo que se da a uno no suele llegar a los demás.