Los ciclos de las diversiones

Los ciclos de las diversiones
Los ciclos de las diversiones
Pixabay

He sido toda la vida un consumidor (y comprador) compulsivo de libros, música y películas. A propósito de los Reyes Magos de Oriente y de las rebajas, me he encontrado algo que no esperaba.

Los libros –después de unos meses decadentes ante el libro electrónico, sobre todo durante y en la inmediata postpandemia– parecen haber sobrevivido a la ‘nueva normalidad’. 

No parece ajeno a ello eso tan humano de tener entre las manos algo que es ‘tuyo’. Una obra de arte en cualquier caso. Algo que invita a devorar sus páginas. Algo que invita a pasar y tocar sus puntiagudas hojas y hasta aspirar el aroma que desprende. Y antes de tenerlo, el hecho de ojear sus páginas en la librería antes de decidirte a comprarlo. Las obras de Fernando Aramburu, Henry Kamen o del además divertido Juan Eslava Galán están allí esperándonos.

Pero lo que menos pensaba es ver que la moda actual nos ha devuelto con fuerza los antiguos discos de vinilo, aquellos que consumía con fruición durante los años setenta y ochenta del pasado siglo. Algunos asentados en las estanterías son muchos de los que guardo y pongo bajo la aguja del tocadiscos que aún conservo. Un aparato de música Grundig eterno, que no ha sido objeto de obsolescencia programada. Cuando estos elepés bajen de precio, o estén realmente rebajados, puede que me anime a comprarlos. Porque además se han vuelto a editar sonidos de Supertramp, Fleetwood Mac, e incluso de los inmortales Beatles.

Incluso la música clásica –esta se aferra más de momento al CD– sobrevive a las nuevas generaciones en el ‘streaming’, pero ya no se tiene el placer de pasar con los dedos a Mozart, a Beethoven o a Wagner. Con el gusto que daba. Ver los ‘allegros’, los ‘adagios’ o los ‘scherzos’. Saber la orquesta, si el director era Herbert von Karajan o Zubin Mehta, y a veces las fechas de su vida, además de las de los compositores.

Lo mismo se puede decir del séptimo arte. Tener entre tus manos ‘El Gatopardo’ de Luchino Visconti, ‘Senderos de gloria’ de Stanley Kubrick o ‘El diablo sobre ruedas’ de Steven Spielberg es un deleite añadido a la contemplación de los filmes. Apenas quedan en las estanterías obras maestras que con el tiempo serán como el cervantino Quijote. Una especie de nuevos incunables. Ya sabemos que se puede ver y oír casi todo en ‘streaming’, pero a veces no se encuentran todas las maravillas que el tiempo ha cubierto en el olvido.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por José Luis Mateos)

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