Por
  • C. Peribáñez

Que sea un libro

Que sea un libro
Que sea un libro
Pixabay

No fui un niño especialmente lector. Sí recuerdo tener casi completa la colección de los Hollister (por aquello de que encajaba perfecta en la estantería con todos sus lomos de color naranja). 

También guardo un grato recuerdo de ‘Fray Perico y su borrico’, que –según veo– sigue siendo hoy el libro más vendido de Barco de Vapor, con alrededor de 910.00 ejemplares y 41 ediciones publicadas. Durante unos años me entretuvo también el divertimento aquel de ‘Elige tu propia aventura’, si bien las narraciones tenían un recorrido justito. ¡Ah! Y tampoco olvido alguna visita escolar del escritor aragonés Fernando Lalana, que vivió por los años 80 un ‘boom’ de popularidad con su infinidad de títulos juveniles.

Quizá por este perezoso afán a la lectura, también me embelesaron unos cuentos que echaban por la tele en verano a la hora de la siesta. Buscándolo ahora en internet compruebo que eran dos programas distintos: ‘El show de Shelley Duval’, que solía llevar a la pantalla historietas de hadas, y ‘Los cuentos de las estrellas’, con adaptaciones de clásicos que interpretaban estrellas de Hollywood, por ejemplo, Liza Minelli como ‘la princesa del guisante’.

Después llegarían que si ‘El pequeño Nicolás’, la obra y milagros de Roald Dahl y alguna cosa de Julio Verne o de Charles Dickens –protagonistas ambos, por cierto, de sendas cabalgatas en Zaragoza–. La literatura infantil ha hecho volar gracias a la imaginación a generaciones y generaciones de jóvenes por lo que un libro es siempre un acierto como regalo. Venga del lejano Oriente o de la librería del barrio.

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