Los tres decretos

Imagen de archivo del pleno del Senado.
Imagen de archivo del pleno del Senado.
Jesús Hellín/EP

El Gobierno de Sánchez no se sostiene sobre columnas más o menos sólidas ni más o menos enclenques. Es un dintel mal tallado que se apoya en pedruscos peor puestos, que en cualquier momento se pueden venir abajo. 

Todo el episodio de los tres decretos ha sido lamentable. Y eso que se recurre con abuso al decreto ley para ahorrarse calvarios parlamentarios. Pues ni por esas. Hemos visto a ministros del Gobierno de España perdiendo la compostura para asegurarle a un prófugo que sus exigencias, ahora para forzar el retorno a Cataluña de empresas que tuvieron que exiliarse por culpa precisamente del fugado, serán atendidas. Y ayer, mientras la portavoz de Puigdemont lanzaba admoniciones y advertencias al Ejecutivo, Sánchez andaba dando instrucciones a los embajadores de España para que promoviesen el catalán, el euskera y el gallego en la Unión Europea, como si no tuviéramos allí asuntos más importantes. El sainete de los decretos se completó con el traslado del pleno del Congreso a un Senado en el que no cabían los diputados. El palacio de la carrera de San Jerónimo, inoportunamente cerrado por unas obras que hubiera sido preferible realizar durante las vacaciones parlamentarias. Y con unas votaciones telemáticas que comenzaron cuando todavía se estaban debatiendo los asuntos que había que votar. Perfecta evidencia de que el debate era pura cháchara. La lógica parlamentaria sería debatir primero y votar después. Pues no, ni lógica ni decoro. Los de Junts, al final, le perdonaron la vida a Sánchez, aunque iremos viendo cuál ha sido el precio, porque seguro que lo hay. Y si los separatistas tienen al Gobierno en un puño, en Podemos no quieren ser menos. Los pedruscos se mueven y el Gobierno tiembla.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Víctor Orcástegui)

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