Por
  • Fernando Sainz de Varanda

César, una persona extraordinaria

César Alierta, en la Romareda durante un partido del Real Zaragoza.
César Alierta, en la Romareda durante un partido del Real Zaragoza.
Aránzazu Navarro

Las circunstancias han querido que ayer, día 10 de enero, la misma fecha en la que falleció mi padre, falleciese alguien muy importante en mi vida: César, tío César.

César era una persona especial. En todos los sentidos. Cualquiera que lo conociera de cerca lo puede asegurar. Siempre fue un vendaval. En todas las facetas de su vida. Todos los que trabajaron con él lo pueden atestiguar. Pero sobre todo en su cariño y su amor. Porque era alguien que te demostraba su cariño de una forma extraordinaria. Con una generosidad extraordinaria. Y su cariño, lo repartía entre su mujer, Ana, su familia, sus amigos, su tierra, su trabajo y su Real Zaragoza. Y en los últimos años pasaron a un lugar privilegiado de su cariño los niños desfavorecidos.

Yo, hoy, no quiero hablar de sus éxitos profesionales. Quiero transmitir solo mi visión personal de lo que era él y del amor que le vi entregar a los demás. Porque era capaz de hacer cosas por cariño que a cualquiera le parecerían una locura. Ese cariño, nos lo demostraba a todos. Especialmente a los que formábamos parte de su familia. A veces, nos abrumaba, bombardeándonos a preguntas, o llamándote a altas horas de la madrugada para decirte cualquier cosa que se le había ocurrido. Pero luego, te demostraba que todo eso solo era para decirte que le importabas. Que le importabas tú y tu familia, tus hijos o tu entorno.

Ayudó a todos los que lo necesitaron, fueran o no familia, estuviesen en su lista de personas cercanas o no. Pero si eras de los afortunados de la lista, su ayuda iba más allá de lo que podías necesitar. Y sin preguntar. Por supuesto, sin esperar contraprestación alguna. Fue amigo de sus amigos. Y se preocupó por ellos toda su vida. Fueran los de Zaragoza o los de Madrid. Antepuso la amistad a muchas cosas.

Ese cariño le llevó a dedicar todos sus esfuerzos a las distintas empresas que tan brillantemente dirigió, con tanta pasión y cariño que hizo que éstas triunfasen y avanzasen de forma destacada.

De igual forma, en cuanto tenía una petición de ayuda de su tierra, ahí estaba él. Tanto Villanúa como Jaca son dos testigos. Y Zaragoza y Aragón. Baste ver las buenas relaciones que siempre tuvo con los distintos responsables de las administraciones, ya que siempre que podía barría para su tierra. Siempre que pudo, ayudó. Porque lo que él hacía era siempre ayudar a su tierra. El día que le llamaron para preguntar si quería participar en una operación para salvar al Real Zaragoza, que estaba a punto de desaparecer, no le costó ni décimas de segundo decir que sí, que contasen con su ayuda. Y gracias a su ayuda, el club sigue vivo. Y lo hizo por amor a su club, y a su padre. Doy fe de ello. Pese a que, en ese momento, todos decían que lo racional era dejarlo caer y fundar un nuevo club.

Pero si hubo un verdadero amor en su vida fue su esposa, Ana. Pocos ejemplos de amor he visto tan grandes. Pocos.

Y en sus últimos años, el proyecto de dar educación digital a los niños sin recursos centró todo su amor. Y repartió tanto amor, que llevó a 28 millones de niños a tener una educación que les puede llevar a tener un futuro.

En su agenda del teléfono están los contactos de algunas de las personas más importantes de este siglo. Hay reyes, presidentes de Gobierno, primeros ministros, todo tipo de autoridades, lo más granado de la economía, no solo española sino europea y mundial. Hasta el papa Francisco. Sin embargo, él era una persona absolutamente llana, accesible, franca, abierta, aunque tímida, que con su risa contagiaba a todos los que estaban cerca.

Lo que no fue es una persona normal. Fue, simplemente, extraordinario. Y, como a todas las personas extraordinarias que tienes en la vida, lo echaré mucho de menos.

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