Más que vermú

la sinfonola de Vinos Chueca, en Casetas.
La sinfonola de Vinos Chueca, en Casetas.
Francisco Jiménez

El otro día me compré una camiseta de Vinos Chueca. Valen 7 euros y te llevas al barrio por donde vayas. Me dirán: «Te llevas una taberna del barrio, no al barrio entero». Error. A Casetas, el paso del tiempo le está erosionando una idiosincrasia particular que fue el contexto en el que nos criamos los nacidos hasta muy principios de los dos mil. Sin embargo, las dinámicas poblacionales, la salida de algunos para vivir en ciudades o en lugares del entorno con más servicios, van agotando paulatinamente no a Casetas sino un Casetas identificable por unas generaciones testimonio de los afectos que trae lo rural. De todas ellas guarda testimonio esta taberna discreta en extramuros, que ha sabido entender que un bar puede y debe ser mucho más que un lugar al que ir a beber o a comer; cosas, por otra parte, que saben hacer bien y de sobra.

No son pocas las veces en que amigos foranos de Casetas se encuentran a Bobby y a Nines en por ejemplo las páginas de HERALDO, y me mandan la noticia acordándose de un barrio que no es suyo pero que han podido disfrutar. Son noticias que nacen por las iniciativas culturales que emprenden en la taberna, y que con criterio llaman la atención del periodismo, pues construyen cultura desde una base social. Este método quizá es el más eficiente para acercar a la gente a intereses que quizá desconocían. Desde luego, tomarte un vermú en Vinos Chueca supone algo más de lo previsible: hay música, exposiciones, antigüedades, una sinfonola de 1963 y el espacio sirve de base para conspirar sin víctimas, es decir, para la amistad.

Este ejercicio constante y esforzado trae anécdotas alegres como la reciente visita de los actores Eduard Fernández y Ramón Barea, que rodaron varias escenas con la taberna de fondo. Un hecho que parece superficial, pero que caseteros y caseteras debemos medir en su contexto para entender qué supone esta permeabilidad en un barrio que lucha por sostener su identidad sin por ello caer en el centrifugado único de la nostalgia.

Los barrios rurales son algo más que distancia a una ciudad; de hecho, son precisamente lo contrario, una cercanía que se ata con cultura, charla y conciencia de a lo que se puede pertenecer. Y cada pirita que colabora a ello, los hace más fuertes contra ese cierzo que refresca, pero también erosiona.

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