Días para hacer balance y pensar
Estos días finales del año que se entrelazan con los balbuceos primerizos del que empieza se prestan a hacer eso que llaman el balance, que, por una parte, pretende hacer un resumen de lo que ha sido el año que se fue, y por otra intenta una prospección de lo que se espera que vaya a ocurrir en el nuevo año que se estrena. Así que se ponen en marcha y se publican toda clase de especulaciones o adivinanzas de augures, arúspices, adivinadores, agoreros, analistas y echacartas que pretenden describir lo que nos espera en el año entrante, muchas veces sin ponerse a estudiar qué y por qué nos ha ocurrido lo que ha pasado en el año que se va; aunque es cierto que debe importarnos más lo que viene que lo que ya ha quedado atrás.
Uno de los campos preferidos de los profetas del catastrofismo, como algunos tildan a quienes se dedican a estas especulaciones con más o menos fundamento, es el de la economía, mucho más importante a mi juicio que pronosticar acerca de sonadas separaciones, bodorrios de la aristocracia rosa o desgracias naturales apocalípticas.
Así que yo me voy a atrever también a opinar sobre lo que creo que nos espera en los próximos meses, en los que para empezar las condiciones generales de vida se van a endurecer como consecuencia de que un ciclo de estabilidad -forzada o no, que eso es otra cosa- se va a terminar. Hemos disfrutado de una felicidad provisional y ficticia, financiada por una deuda de enormes dimensiones y de la que va ser ya difícil y desde luego muy costoso seguir tirando; el gasto alegre y confiado nos sitúa en índices de incumplimiento con los parámetros europeos respecto al déficit; sobre ambas situaciones ya estamos siendo advertidos por la Unión Europea, que nos conmina a entrar en una senda de mayor cumplimiento, lo que va a exigir, llámenlo como quieran, recortes, ajustes o reequilibrios. Dios aprieta, pero no ahoga; tampoco Europa está en condiciones de ahogar y me parece que ni siquiera está muy capacitada para apretar, por lo que sus medidas, entiendo, no van a ser draconianas, pero sí lo suficientemente exigentes para que nos afecten. Y va a depender de ese grado de afección el rumbo que tome nuestra economía. Todo lo que implique restricciones al sector productivo y el subsiguiente aumento del paro, cuyo seguimiento va a ser ahora muy importante, pondrá en marcha un proceso de recesión. Por ello, el refuerzo y el apoyo a las empresas va a ser algo prioritario en la política económica que se lleve a cabo, y no sé si el Gobierno está precisamente en esa línea. La destrucción de empleo llevaría a una caída de la demanda, a una menor recaudación y a una crisis generalizada con imprevisibles consecuencias también en la estabilidad social.
Quiero equivocarme, pero tengo la impresión de que el año 24 de este siglo va a ser difícil y complicado. Una economía compleja como la española no puede vivir indefinidamente de la subvención; ha de ser capaz de crear un PIB potente, y eso lo hacen las empresas, esa industria de la que carecemos y que además se quiere ir del país por sentirse maltratada.