Por
  • Estela Puyuelo

Oda al rey de Harlem

Llegada de un cayuco a la isla de El Hierro.
Llegada de un cayuco a la isla de El Hierro.
Europa Press

Ay, Harlem! Han venido ciento cincuenta. Todos son hombres. De Senegal. Viven, temporalmente, en Pirenarium, ese cascarón vacío, como de tortuga, que ahora alberga oficinas y la sede de algunas asociaciones en las que Sabiñánigo es rico. Parece que se van a quedar seis meses más algunos de ellos. Otros ya se han ido o llegaron ayer.

La gente del pueblo los ve pasear en grupos y hacer deporte en alguna zona ajardinada, pero no sabe mucho más de estos inmigrantes negros. Son como una sombra que pasa. La semana pasada, estudiantes de secundaria les llevaron ropa que habían recogido en el instituto para dársela, porque días atrás habían colaborado en las clases de castellano que están recibiendo y los habían conocido. Saben que llegaron en patera a la isla de El Hierro, que el viaje duró once días y que se acabaron los víveres en el tercero. ¿Cómo sabe un trago de agua de mar? También saben que tiraron veintiún cadáveres por la borda y que algunos de ellos pertenecían a niños.

El reparto apenas dura unos minutos. Los senegaleses entran en el salón de actos de la UNED. La ropa está colgada en perchas, sobre las sillas, depositados zapatos en el suelo. No hay peleas, ni gritos, ni empujones. Solo la palabra ‘gracias’, que se repite una y otra vez, nos golpea fuerte, «a través de láminas grises, / donde flotan tus automóviles cubiertos de dientes, / a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos, / a través de tu gran rey desesperado, / cuyas barbas llegan al mar».

Estela Puyuelo es profesora de Lengua castellana y Literatura en Educación Secundaria, poeta e investigadora etnográfica

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