La banalización del mal

La banalización del mal
La banalización del mal
Heraldo

Desde el 7 de octubre han muerto tantos niños en Gaza que superan los muertos en los conflictos desde 2019. Los que sobreviven están traumatizados, bajo el riesgo de contraer cólera, disentería o morir de hambre. 

Desplazándose a pie a un lugar que creen seguro, huyendo de una muerte que les pisa los talones. Madres que escriben en el brazo de los niños sus nombres para reconocerlos si estos son sepultados por los escombros. No hay perdón para quien ve matar a un niño y no se interpone ante semejante aberración. Guerra contra la infancia, ya que esta representa más del 40% de los muertos, un porcentaje monstruoso de Gaza al que hay que sumar también los muertos en Cisjordania. De acuerdo al derecho internacional humanitario, los centros de salud y hospitales no pueden ser atacados durante conflictos bélicos. Un derecho consagrado en los cuatro convenios de Ginebra de 1949 y en los dos protocolos adicionales de 1977.

El papa Francisco recibió en el Vaticano a dos delegaciones de las partes enfrentadas: familiares de los israelíes secuestrados por Hamás y parientes de palestinos encarcelados por Israel bajo el Gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu. El Papa explicó: "Sufren mucho y los he escuchado a unos y a otros. Las guerras hacen esto, pero aquí hemos ido más allá de las guerras. Esto no es una guerra, es terrorismo". Tras el encuentro, Shrine Halil, cristiana de Belén, dijo: "El Papa ha reconocido que vivimos un genocidio (...) No teníamos expectativas de visitar al Papa. Él fue muy claro, la palabra genocidio no salió de nuestra boca, sino de la suya. Y nos ha dicho que el terrorismo no se combate con terrorismo". El Vaticano, posteriormente, ha desmentido que el Papa hubiera usado la palabra genocidio.

Es evidente que para cometer genocidios se necesita despojar a las personas que los comenten de su humanidad. Y, al parecer, esa es la trágica realidad de la que no puede desprenderse la humanidad. Winston Churchill lo llamó en 1944 "el crimen sin nombre". Y es que no existía un término, una palabra, para expresar la gigantesca y enorme barbarie que los nazis cometieron contra el pueblo judío, y que según los cálculos se saldó con el asesinato de seis millones de hombres, mujeres y niños, con el exterminio de dos de cada tres judíos que vivían en Europa antes de la II Guerra Mundial. Ese "crimen sin nombre" consiguió por fin tener uno gracias al empeño y al tesón de un judío polaco, Raphael Lemkin. Fue él quien acuñó el término genocidio, una palabra que creó a partir del sustantivo griego ‘genos’ (raza, pueblo) y del sufijo latino ‘cide’ (matar). Así que por genocidio, un vocablo hoy de uso común, se entiende el "exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad", según recoge el Diccionario de la Real Academia Española.

Creo que quienes cada mañana, desde hace más de dos meses, nos despertamos escuchando que matar inocentes, a veces y dadas algunas tragedias históricas, para algunas personas está bien sentimos que deberíamos decir no.

Recurro, una vez más, a Hannah Arendt, que introdujo la expresión, "banalidad del mal". Hoy, la frase es utilizada para describir el comportamiento de personajes históricos que cometieron actos de extrema crueldad, y la aceptación de comportamientos políticos y sociales muy negativos, que causan multitud de víctimas sin ninguna compasión. Ella penetra en la complejidad de la condición humana y habla de la necesidad de estar siempre alerta para evitar que actos atroces ocurran. El pensar así se convierte en la base fundamental para que los seres humanos puedan incluir la reflexión en la vida activa. Pone como ejemplo que pensar a los judíos sólo como víctimas es la razón de que Alemania asuma una posición de victimaria con la que, paradójicamente, se arroga la autoridad moral para interpretar las lecciones del Holocausto. Son lecciones que Arendt jamás tradujo como "nunca más contra los judíos" sino desde la universalidad. "Nunca más", porque todos podemos ser víctimas. "Nunca más", porque todos podemos ser verdugos.

La ética de la guerra, junto con el concepto de intención y acción, y el brutal impacto sobre la sociedad civil, implica someter las acciones humanas a una reflexión y juicio en el ámbito de la pluralidad. Detengamos este horror y creemos condiciones para una futura convivencia entre los dos pueblos.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Pilar de la Vega)

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