Por
  • Inocencio F. Arias

¡Es el PSOE, estúpido!

¡Es el PSOE, estúpido!
¡Es el PSOE, estúpido!
HA

Buena parte de la sociedad española encuentra calificativos poco amables para referirse a Pedro Sánchez. Y en la prensa extranjera, benévola con él en los primeros años, ya afloran los epítetos de autócrata, iliberal o dudosamente demócrata, fullero. 

Sin embargo, por mucho que uno crea que a Sánchez no le importa enterrar la democracia y abrir grietas en la unidad y el futuro de España, parece pertinente añadir que el presidente no está solo. Que hay una mayoría de miembros y votantes de su partido que aceptan con alborozo o con total pasividad las tropelías en las que se embarca su jefe con tal de mantenerse en el poder.

El Partido Socialista actual acepta que su jefe cierre en dos ocasiones el Parlamento, aunque sea inconstitucional, encuentra plausible que pacte con Bildu, la Esquerra separatista o con Podemos mientras tilda de aberrante que el PP pueda llegar a acuerdos con Vox (quisiera comprender, me cuesta trabajo a mi edad, por qué Vox es un partido fascista y Podemos es claramente democrático).

Hay mucho más: la masa socialista engulle que Sánchez entregue el Sahara a Marruecos, yendo en contra del programa electoral del partido e imitando nada menos que a Trump (Biden ha rebobinado algo la postura estadounidense enfatizando la doctrina de la ONU), los socialistas españoles ni siquiera se sonrojan cuando en el Parlamento Europeo sus diputados son los únicos de toda la bancada socialista que se abstienen en un voto de censura a Marruecos. En otras épocas tal singularidad servil hacia Rabat habría enarcado cejas y suscitado preguntas en voz alta.

La peligrosa deriva que ha marcado Pedro Sánchez a la política gubernamental no
sería posible sin el apoyo o el silencio de una inmensa mayor parte de su partido

Pero centrémonos en la amnistía y en los insólitos pactos suscritos por el sanchismo con los separatistas. Para nuestra generación es difícil imaginar que el Partido Socialista de hace quince o treinta años pudiera asimilar sin rupturas tres mazazos a la Constitución como los ya visibles: 1.- Una quiebra del Estado de derecho con la pérdida de independencia del poder judicial; 2.- una profundización de la desigualdad entre los españoles y entre los territorios de nuestro país, y 3.- la aceptación del inicio de un proceso que puede conducir a la ruptura irreversible de España.

No son cuestiones baladíes. No se trata de aprobar o no un impuesto a la banca, de cuestionar una política sanchista que mantiene a España a la cabeza del paro juvenil en Europa o que ha provocado que en el mandato de Sánchez la renta española haya descendido por debajo de la media europea, primicia que camufla el Gobierno. Tampoco hablamos de la postergación económica de los autónomos ni de que el papel de España se haya desdibujado en el exterior, hoy en día es impensable que nuestro país pudiera acoger una conferencia importante sobre la paz en Oriente Próximo, como ocurrió en la época de González, o que pudiéramos unir en alguna empresa a la mayoría de los países iberoamericanos. Las condiciones no están dadas y Sánchez es divisorio también en el extranjero.

Todos estos temas, obvios para mí, pueden ser opinables. Los tres de gran calado enunciados más arriba no lo son, el respeto al Estado de derecho, la igualdad y la unidad de España son de mucha más enjundia y en su defensa se habrían levantado rabiosamente en su momento los lideres socialistas, Fernández de la Vega, Solana, Maragall, Bono y tantos otros que ahora remolonean o miran para otra parte.

Hace años el PSOE creó, definiéndose, el eslogan "cien años de honradez", un lema un tanto voluntarista. ¿Qué es el PSOE, el partido de Felipe González o el de Largo Caballero y Sánchez? Lo de cien años de honradez no encaja en el de estos dos últimos. Largo Caballero, cuya gran estatua en el paseo de la Castellana es una afrenta a la democracia, fue un redomado fascista de izquierdas que montó el golpe de Estado contra la democracia en 1934, presidía el gobierno español cuando la ignominia de Paracuellos y lanzó soflamas totalitarias en varias ocasiones de su vida. Sánchez castra al poder judicial y, por guardar la Moncloa, aumenta el bienestar de los catalanes en detrimento de los andaluces, valencianos o extremeños, impulsa el guerracivilismo y juega con la unidad de España. El partido vertebrador, igualitario y respetuoso de la Constitución al que bastantes apoyamos se ha convertido en una caricatura de sí mismo.

Ese PSOE es el que prevalece ahora. No busquemos otro. Para bastantes de sus cuadros por vocación o pesebre y para muchos de sus seguidores por ignorancia o pasotismo el partido se ha convertido en algo más importante que España. Socavar el partido es sacrílego, socavar la nación española es permisible. No deseable pero inevitable si se desea continuar con un gobierno progresista. Parecen pensar que más vale una España con riesgo de romperse que una España con los ‘fascistas’ gobernando (la frase del ‘moderado’ Page tachando de inmoral la hipotética deserción de algún diputado manchego es reveladora del talante actual del partido).

Por lo tanto, no culpemos solo a Sánchez de la no descartable hecatombe que tenemos en puertas. Remedando a aquel asesor clarividente de Clinton, concluyamos: ¡Es el PSOE, estúpido!

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