El tramo entre Huesca y Siétamo de la carretera N-240 -en el que el sábado se produjo un grave accidente en el que falleció una persona y otras dos resultaron heridas- podría servir de ejemplo, negativo, de la extrema lentitud con la que se efectúan las obras de las infraestructuras del Estado en Aragón.

 Los enormes retrasos que sufren autovías como la A-22 en la provincia de Huesca lastran la economía aragonesa, dañan su capacidad de competir con las comunidades vecinas y, además y sobre todo, suponen un serio riesgo añadido para la seguridad vial.

El tramo, de 12 kilómetros, entre Huesca y Siétamo es el único que todavía no se ha desdoblado en el trayecto entre la capital oscense y Lérida, una autovía, la A-22, de 108 kilómetros y cuya primera piedra se colocó en 2004, pero que todavía, casi veinte años después, no ha sido concluida. Por añadidura, las obras complican lógicamente en muchas ocasiones la circulación en ese tramo, donde ya ha habido este año dos víctimas mortales de accidentes. Los trabajos para el desdoblamiento de la vía entre Huesca y Siétamo comenzaron en 2018 y deberían haber terminado en 2021, pero acumulan retrasos por causas económicas y ambientales, además de una notable elevación del presupuesto, y la última previsión aportada por el Ministerio es que pueda inaugurarse en 2024. Habrá que verlo, porque la desconfianza resulta inevitable. Este patrón de retrasos en la ejecución de los proyectos se repite con frecuencia en las infraestructuras aragonesas, y supone un impedimento para que la Comunidad aproveche plenamente su potencial económico, que en buena medida deriva de su posición geográfica. El ejemplo de la N-240 muestra que el Gobierno aragonés tendrá que batallar para conseguir que lleguen y se ejecuten en su tiempo debido las inversiones del Estado que precisa el desarrollo de nuestro territorio y nuestra economía.