Los gritos del silencio
Más allá de los motivos concretos que llevaron a muchos españoles a manifestarse el último domingo, hay otros que están allí pero de los que se habla poco. Son los motivos profundos, incubados a lo largo de décadas, que han incitado a la explosión de mucha gente que estaba deseando manifestarse.
Gente que había encontrado la ocasión de dar rienda suelta a su malestar. Porque no lo había hecho nunca, y se decía a sí mismo, "ahora me toca a mí". El problema de la amnistía a Puigdemont y a los implicados en el ‘procés’, y la decisión de convocar un referéndum de autodeterminación fueron el desencadenante.
Zaragoza fue, quizás, la ciudad donde más claro se vio el cambio de la gente y el relevo generacional, que ha sido más social que nunca. Parece que la capital del Ebro y del Pilar fue la segunda de España en número de manifestantes, por encima de Valencia y Sevilla, con más poblaciones satélites. Porque en España y en Aragón hemos vivido después de la dictadura de Franco un simulacro de dictablanda ambiental y cultural. Los muchos que estaban a favor de la bandera de España eran, hasta hace pocos años, invisibles y silenciosos, como si no fuera compatible aquella con la bandera de Aragón. Por eso, el domingo salieron a las calles a ondear con ganas las banderas ‘prohibidas’ durante tantos años, relegadas a los actos oficiales.
En todos los lugares quisieron demostrar que eran españoles, y que no se reprimían. Son a los que les gusta la bandera y el himno nacional. El problema catalán es el mismo que hay en todas las naciones en sus zonas limítrofes. Escocia, Gales y el Ulster en el Reino Unido; Córcega, Alsacia, y el País Vasco en Francia; el valle de Aosta y el Alto Adigio en Italia; Baviera en Alemania, que tiene unas competencias y hasta un primer ministro. Pero todos han sabido solucionar o sobrellevar sus problemas, más o menos pacíficamente.
¿Qué pasa aquí? Que se dio demasiada gasolina a la diversidad antiespañola, y cuando nos hemos querido enterar, ya era tarde. Como al descorchar una botella de ‘champagne’, la indignación ya ha dado a alguien en el ojo. A alguien había que darle. Este ha sido Pedro Sánchez, el chivo expiatorio, que se lo ha ganado por vender a España para su investidura. Lo peor de todo esto es que se han vuelto a escuchar por ahí peligrosas palabras olvidadas en el baúl de los recuerdo: rojos, fascistas, alzamiento nacional… Las actuales generaciones no conocen el horror de una guerra.
(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por José Luis Mateos)