Por
  • Pedro Cía Gómez

Iglesia y sociedad

Imagen de archivo de una iniciativa de Cáritas.
Imagen de archivo de una iniciativa de Cáritas.
EFE

Aun antiguo alumno extranjero, hoy amigo y eminente traumatólogo, durante su época de estudiante en nuestra ciudad, le llamó la atención la frecuencia con la que algunos zaragozanos visitaban el Pilar "para ver a la Virgen", según decían. Se aficionó él a hacer lo mismo, aunque no es católico. 

Actualmente no vive en Zaragoza, pero siempre que viene visita el Pilar. Ese movimiento social discreto, pero persistente de los que van a ver a la Virgen, que impresionó a mi amigo, hace reflexionar sobre la relación entre la Iglesia y el conjunto de los ciudadanos. Es evidente que Iglesia y sociedad viven en continua conexión; no hay por qué considerarlos entes enfrentados. Desarrollan su vida a la par e interactúan continuamente. A veces les toca pasar por dificultades comunes.

La Iglesia católica se enraíza en el conjunto de la sociedad

Ejemplo de dificultades compartidas lo tenemos en la lacra de los abusos sexuales, que afecta a ambas, tanto a la Iglesia como al conjunto de la sociedad. La encuesta GAD3, que presenta con su informe el Defensor del Pueblo, lo deja bien claro cuando expone la relación de la víctima con la persona que cometió el abuso. Se trataba de un desconocido (22,5%) o de un miembro de la familia (22%) o de otras personas (16%) o bien de amigos o compañeros (12,5%) o amigos de la familia (10,7%). Fueron también señalados sacerdotes o religiosos católicos (6,1%), otros profesores (3,88%), pareja (2,4%), compañero de trabajo (1,9%) o entrenador deportivo (1,5%). Es decir, que la lacra del abuso sexual aparece desgraciadamente en muchos ámbitos y el conjunto del entorno familiar y de amigos y compañeros es mayoritario, según la encuesta. Pero aparte de las cifras (¡un solo caso ya sería intolerable!), esta lacra debe combatirse y prevenirse en todos los terrenos al margen de ideologías o prejuicios. Se precisa clarificar, pero a la vez evitar orientaciones informativas sesgadas, que puedan enfrentar Iglesia y sociedad, cuya cooperación debe seguir por el bien de todos los ciudadanos y más aún en un asunto tan delicado como este.

Debe tenerse en cuenta y pese a discrepancias que siempre surgirán, que Iglesia y sociedad (al menos en las sociedades democráticas) se benefician con sus actividades. Por una parte, la Iglesia desarrolla una intensa y extensa labor social. Basta revisar datos de la Conferencia Episcopal Española: casi 3 millones de personas se beneficiaron de la acción de Cáritas y algo más de 2 millones de la de Manos Unidas, a lo que hay que sumar la continua aportación de parroquias y de los 976 centros socio-asistenciales (para proporcionar trabajo, para mitigar la pobreza, para atención a inmigrantes, para rehabilitación de drogodependencias, para menores y jóvenes, para promoción de la mujer y para asesoría jurídica). El funcionamiento de 2.558 colegios ha supuesto un importante apoyo para las misiones educativas del Estado y las 15 universidades suponen una importante aportación, aparte de otras culturales o artísticas, algunas de ellas bien conocidas.

Una y otra desarrollan su vida y actividades en una estrecha interrelación que es necesaria para ambas

La sociedad democrática a su vez, aparte de sus propias iniciativas, presta el necesario clima de respeto y libertad para que las diversas instituciones (la Iglesia entre ellas) puedan desarrollar su misión. Esta conjunción de actitudes y actividades favorece además la convivencia. Mi amigo traumatólogo, que antes citaba, es ejemplo de quien con talante abierto encontró aquí ese clima de grata convivencia, que rememora en sus paseos por la ciudad (su ciudad), incluyendo la visita al Pilar, siempre que vuelve a Zaragoza.

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