Por
  • Francisco José Serón Arbeloa

El jinete del corcel alazán

El jinete del corcel alazán
El jinete del corcel alazán
Heraldo

El segundo de los cuatro jinetes del Apocalipsis es el de la guerra, que va montado sobre un corcel alazán. A dicho jinete se le concedió quitar de la tierra la paz para que se degollaran unos a otros; y se le dio una espada grande (Ap. 6, 3-4). Ese jinete, junto a sus tres compañeros, forma una representación alegórica de las tragedias e infortunios que dan fin a la humanidad.

La guerra es ese conflicto en el que dos o más grupos humanos se enfrentan de manera violenta, utilizando todo tipo de ingenios entre los que destacan las armas, con resultado de daños materiales de una entidad considerable y sobre todo de muertes colectivas, tanto de militares como de civiles directamente involucrados, así como de muertes colaterales, que es lo mismo que decir que no venían a cuento.

Según la ‘Enciclopedia mundial de las relaciones internacionales y Naciones Unidas’, en los últimos 5.500 años se han producido 14.513 guerras que han costado 1.240 millones de vidas y no han dejado sino 292 años de paz. Y únicamente entre 1960 y 1982, dicha enciclopedia calcula 65 conflictos armados (contando solo aquellos que hayan producido al menos mil muertos) en 49 países, con un total de 11 millones de víctimas.

Se calcula que en los últimos cinco mil quinientos años los seres humanos han librado más de catorce mil guerras

Dicen que la guerra es quizá la más antigua de las relaciones internacionales entre seres que pretenden ser humanos y se las dan de civilizados, y que no deja de ser, en la mayoría de las ocasiones, algo relacionado con la última palabra en las relaciones de poder, acompañadas de disputas económicas, ideológicas, religiosas o territoriales, en las que alguno de los contrincantes, o los dos, aduce tener derecho e incluso es capaz de intentar racionalizar, para sorpresa del auditorio que no ve más que comportamientos agresivos sujetos normalmente a ganancias de algún tipo que se suponen que van a ser más elevadas para algunos que las pérdidas enemigas y amigas potenciales.

La experiencia de la guerra es universal y por ello se ha estudiado profundamente desde muchos puntos de vista, llegando incluso a definir lo que se entiende por una guerra lícita, aunque por lo que se ve no hasta el punto de encontrar algún tipo de soluciones prácticas y útiles para evitarlas o de reglas propias de seres humanos para conseguir que no haya muertes colaterales. A lo sumo existen un conjunto de reglas de comportamiento que han evolucionado con el tiempo pero que últimamente, visto lo visto, no suelen estar muy consideradas.

En el momento actual, hemos llegado a definir las llamadas guerras de cuarta generación, que comprende a la guerra de guerrillas, la guerra asimétrica, la guerra de baja intensidad, la guerra sucia, el terrorismo de Estado u operaciones similares y encubiertas, la guerra popular, la guerra civil, el terrorismo y el contraterrorismo, además de la propaganda, en combinación con estrategias no convencionales de combate que incluyen la cibernética, la población civil y la política. En este tipo de guerras no hay enfrentamiento entre ejércitos regulares ni necesariamente entre estados, sino entre un estado y grupos violentos o mayormente entre grupos violentos de naturaleza política, económica, religiosa o étnica. Como ven, el paso de tantos siglos nos ha llevado al refinamiento de las ideas belicosas.

Se han ido refinando las estrategias y perfeccionando los armamentos y las excusas, pero el resultado sigue siendo muerte y destrucción

Para más inri, la frecuencia con la que estallan las confrontaciones sigue la distribución de Poisson, lo que parece indicar que las guerras son un suceso aleatorio, y que la probabilidad de que estalle un nuevo conflicto es la misma para cualquier día, no importa si antes ha sucedido otro ni el tamaño de este otro.

Desde el primer conflicto bélico hemos mejorado tanto el armamento como las tácticas y las excusas. Pero el que juega con fuego al final acaba quemándose tal y como nos pronosticó nuestro admirado Albert Einstein: "No sé con qué armas se luchará en la Tercera Guerra Mundial, pero sí sé cuáles se usarán en la cuarta, palos y mazas".

¿Por qué no entendemos las ventajas de la coexistencia pacífica tanto con la naturaleza como con nuestros semejantes?

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