Primeras oleadas

Llegada a puerto de un cayuco con inmigrantes en la isla de El Hierro.
Llegada a puerto de un cayuco con inmigrantes en la isla de El Hierro.
H. Bilbao / Europa Press

Lo que está ocurriendo estas últimas semanas en las islas Canarias y en algunos puntos del litoral mediterráneo español no es ya un mero fenómeno puntual; esa arribada de cayucos, pateras y vetustas y ruinosas embarcaciones cargadas hasta lo inverosímil de centenares de seres humanos, esas oleadas de desheredados de la tierra que se aventuran con el riesgo de sus vidas en busca de una imaginada tierra prometida no son más que el preludio de una masiva, sistemática y de momento pacífica invasión que nos va a traer en los próximos años a millones de hombres, mujeres y niños a los que expulsa de sus tierras la enfermedad, la miseria, el hambre, la falta de expectativas, y que ven en Europa la única certeza para mejorar sus vidas y las de los suyos.

España es destino y camino de esas gentes que desfilan cubiertos con una manta roja como única pertenencia por los malecones de los puertos de llegada, donde saben que van a encontrar respeto y atención, una mirada compasiva, una sonrisa, unas palabras de bienvenida que seguramente muchos no entenderán.

La pobreza crónica de África, la explotación a que son sometidos su población y sus recursos y una demografía que crece de modo exponencial son algunas de las causas que empujan a los africanos a lanzarse a la odisea de cruzar mares ignotos en busca quizá de esa dignidad que merecen como seres humanos y que les es negada en la tierra que les vio nacer. Y son cada vez más, y lo van a seguir siendo, los millones de seres que emprenderán los caminos del norte, hacia aquella Babylon que cantaba Manu Chao en ‘Clandestino’.

No nos damos cuenta, o no nos queremos enterar, pero estas son las primeras oleadas de las que a partir de ahora nos van a llegar; y es, ciertamente, un problema nuestro en primera derivada darles acogida y tratarlos con humanidad, pero sin duda es también un problema de Europa, pues es en sus diferentes países, para ellos paraísos hasta el desencanto, donde tienen puestos los ojos muchos de los que llegan a nuestras orillas del sur europeo.

Es lamentable que la Unión Europea sea incapaz de afrontar con decisión el problema de la inmigración, preparándose para dar a los que vienen siquiera esa dignidad que buscan; como lo es también incapaz de establecer programas ambiciosos de ayuda al desarrollo que permitan fijar población en sus territorios de origen. Pero el drama está ahí y creo que es un error gravísimo desentenderse de este acuciante e inmediato problema.

Porque está bien que demos cobijo a estos migrantes y los alojemos en hoteles, cuarteles abandonados o recintos de las ONG, que no cesan en su admirable trabajo; pero ¿qué hacemos con ellos? No lo sabe ni el ministro del ramo, que desconoce con exactitud las cifras de cuántos llegan y distribuye un poco a ciegas por España a contingentes de esos seres que identificamos de lejos en los telediarios porque van cubiertos con una manta roja como única pertenencia…

Habría que hacer algo más; cuando menos tener un estudiado plan de acogida. Y aprovechar esa presidencia de la Unión Europea para plantear en serio qué papel va a jugar Europa en el futuro con esas oleadas que van a ir llegando a nuestras costas. Es mucho más importante que pedir hablar el ‘chapurriau’ en Bruselas.

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