La situación en Gaza

Las operaciones militares israelíes en respuesta al ataque de Hamás están provocando un gran número de muertes entre la población de Gaza, cuyo sufrimiento alcanza ya niveles difíciles de soportar. El objetivo de Israel es destruir una organización terrorista que gobierna despóticamente el enclave, pero por lógica que resulte esa pretensión, intentar llevarla a cabo a cualquier precio, sin consideración por la vida y los derechos de los civiles, no puede merecer el respaldo indefinido de la comunidad internacional.

Ayer mismo, el secretario general de la ONU, António Guterres, se mostraba «horrorizado» por las consecuencias mortíferas de algunos de los bombardeos del Ejército israelí, y expresaba su extrema preocupación por la gravísima situación humanitaria en Gaza. Es comprensible la necesidad de Israel de reaccionar ante las atrocidades cometidas por Hamás en sus ataques del 7 de octubre; sin embargo, la decisión de lanzar una operación militar de gran envergadura para erradicar a los terroristas de la franja comporta serios riesgos. Y no es el menor la posibilidad de perder el respaldo de los países democráticos, que será difícil de mantener si no se da un mínimo respeto por la población del enclave y sus condiciones de vida. El secretario de Estado Antony Blinken pidió en Tel Aviv que Israel aceptase treguas humanitarias para prestar ayuda a los habitantes de Gaza, y es previsible que aumente la presión sobre el gobierno de Netanyahu para que rebaje el impacto de sus acciones. La seguridad de Israel a largo plazo depende de la capacidad de normalizar las relaciones con sus vecinos árabes. El dolor y la indignación que provocan los efectos de los bombardeos y la ofensiva harán más difícil ese proceso, que ya estaba en marcha. La paz y la estabilidad solo podrán alcanzarse con la fórmula de los dos Estados, israelí y palestino, que se reconozcan y respeten mutuamente para encontrar el camino de una convivencia.