Micromachismo
Parece que ahora algunas descerebradas del feminismo talibán se han inventado un nuevo concepto para acabar de arrinconar cualquier gesto de sus congéneres los hombres y tacharlo de amenazante, despreciable y peligroso: el micromachismo.
Esas damas radicales dicen que ayudar a una mujer a subir una maleta al tren, invitarla a una copa o abrirle una puerta para cederle el paso son actitudes puramente machistas; pero como no son golpes, agresiones o violaciones, son de un machismo menor, de segundo grado, micromachista, dicen; y como tales, son reprobables y no deben ser admitidas en las relaciones hombre-mujer pues ponen en evidencia una relación de dominio. Supongo que a este paso hacer el amago de besar la mano a una señora para saludarla, como se aprendía en los viejos manuales de urbanidad, debe ser considerado como una verdadera agresión sexual, o al menos una proposición indecente sabe Dios con qué malsanas intenciones. Así que, queridos colegas, absténgase de todas estas prácticas que les pueden traer graves consecuencias. Es por su bien.
A mí me enseñaron buenas maneras, entre las que figuraba ayudar al prójimo –o prójima– que tuviera una necesidad, como levantarse de una caída o cargar con un peso quizá desproporcionado con su edad o su fortaleza; me enseñaron a usar la cortesía en los encuentros con otras personas, hombres o mujeres, practicando las diferentes modalidades del saludo; me dijeron que era caballeroso ceder un asiento o el paso de una puerta a una dama, y yo no estoy dispuesto a renunciar a estas prácticas y principios que me han acompañado durante toda mi vida porque una serie de ilustres destalentadas me quieran acusar de macro o micromachista. No sé de dónde sacan esa permanente e impertinente sanción a priori ante cualquier actitud de un hombre que se acerca a una mujer. Y han llevado hasta las leyes esa discriminación negativa, esa predisposición a la fácil condena por el simple hecho de haber nacido varón.
No soy negacionista de una cultura en la que ha predominado el protagonismo, la fuerza y el predominio del varón, pero como en todo, las generalizaciones no describen toda la realidad; y frente a un posible ambiente global de violencia machista, cuestión discutida y desde luego discutible, reivindico situaciones de respeto y apelo a la educación, desde la escuela y la familia, como base de una mejora de las relaciones entre hombres y mujeres. Creo que es ahí donde tenemos que insistir y concienciar, pero de todo esto a admitir la abolición de esos gestos que tienen mucho de humanidad y que se califican de micromachistas, hay todo un abismo. Quizás una laguna enorme de incultura o de una militancia desquiciada a la que no le interesa que nos entendamos. Yo seguiré en mi línea de siempre, la que aprendí de mis mayores; y no me importa que me llaman micromachista. Sencillamente, porque no lo soy.
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