Manchas de luz
Edith
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Subí a tender la ropa en nuestra terraza romana. No vi a Marcello Mastroianni ni a Sofía Loren. Pero allí, asomada al pretil, contemplando tranquila el mar de tejados de la ciudad eterna y la basílica de San Pedro al fondo, estaba ella. 

Una señora mayor, pasados los 90, de cabello plateado, mirada acuosa y voz dulce. "Buongiorno, sono Edith", me saludó, y seguimos hablando en español. Me contó su infancia pobre en Tiszabercel, un pueblo húngaro cerca de la frontera con Eslovaquia y Ucrania, la menor de seis hermanos. Me contó el horror que vivió de niña en los campos de concentración de Auschwitz, Dachau y Bergen-Belsen, de dónde sólo salieron con vida una hermana y ella. Tras la guerra, vivió en Hungría, Checoslovaquia, Israel, Argentina y varios países más hasta establecerse en Italia. Se casó tres veces. Cambió de trabajos: fue bailarina, ayudante de un sastre, modelo, cocinera, directora de un salón de belleza, escritora. Fue amiga de Primo Levi. Siempre defendió la importancia de preservar la memoria, de recordar, de contar, sin caer en el odio ni el rencor. "¿Has visto las noticias? –me preguntó con una mueca de dolor- ¿Cuándo acabará la guerra? ¿Cuántos muertos, cuánta sangre harán falta? La venganza, la revancha, no sirven de nada, sólo empeoran la situación".

Desperté inquieta de mi sueño. Seguían cayendo bombas sobre Gaza. Y corrí a una librería o una biblioteca a buscar libros de Edith Bruck, escritora judía de origen húngaro, superviviente del Holocausto. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Paula Figols)

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