Otoño, otra vez

Otoño, otra vez
Otoño, otra vez
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Este año el verano está pisando los primeros días de esa estación que separa los calores de los fríos, que nos trae amaneceres húmedos, neblinas matinales que suele disipar un sol todavía alto y poderoso y frescos atardeceres: el otoño. Otra vez, sí, el otoño, que viene con esa impuntualidad de los tiempos cambiantes que vivimos.

Suele venir también acompañado de lluvias mansas y minuciosas y pone un tapiz de hojas muertas allí donde las arboledas fueron antes exultante verde. Siempre ha sido para mí esta estación una de mis preferidas, por sus tonos grises que evocan nostalgias y melancolías, por sus días cortos, de amanecidas lentas y anocheceres prematuros, por lo que supone de vuelta a las rutinas y a la repetición de todos nuestros ciclos vitales.

Vivaldi puso música de violines al otoño para describir con maestría la lluvia cayendo, y quizá por ahí, por ese sonido sibilante de los violines, se inspiraría el poeta francés Paul Verlaine para su ‘Chanson d’automne’ que habla también de violines: "Los largos sollozos de los violines del otoño". Desconocía sin duda el poeta que la segunda parte de su verso ("hieren mi corazón de una monótona languidez") iba a servir de aviso el 5 de junio de 1944 a la resistencia francesa del inminente desembarco en las playas de Normandía de las tropas aliadas, cuando fue leído por un locutor de la BBC.

Pero, ¿por qué sollozan largamente esos violines del otoño? ¿Porque añoran que han perdido la explosión de colores de la primavera y los calores del verano, o porque temen a la oscuridad y a los fríos que va a traer el invierno que se acerca? El violín templa, adormece o excita según la disposición de tu ánimo; y en el otoño el ánimo tiende a recogerse, a encogerse por esa tristeza que se dice tiene, y de ahí que su sonido se alargue y solloce, como sentía Verlaine. Siempre habrá un concertino vibrante y excelso que nos habrá de herir el corazón con lánguida monotonía.

Se asocia también el otoño con el ocaso de la vida, cercano ya al final, ese invierno que todos detestamos siquiera nombrar. Porque en el otoño cabe aún la esperanza de un breve renacimiento, cabe un nuevo amor, cabe una pasión atemperada, una pizca de esperanza y de eternidad. Algo así como el vuelo mágico de esas hojas que, caídas y amarillentas, levantan aún su vuelo cuando las empuja el viento de una nueva ilusión o una esperanza. Como le pasó a Valle-Inclán cuando escribió su ‘Sonata de otoño’.

Acostumbro a hacer una bajada tranquila desde el puerto de Cotefablo hacia Broto en torno a los primeros días de noviembre, cuando el otoño está en su esplendor y la naturaleza se viste con inimaginables colores. Es cuando siento esa estación tan íntimamente querida; y pienso que, si pasara ahora por aquí Antonio Vivaldi, ‘il preste rosso’ por el color de sus cabellos, volvería a escribir las fantásticas notas de sus cuatro estaciones dedicada una de ellas al otoño. Otra vez, sí, el otoño…

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por José Luis de Arce)

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