Por
  • Katia Fach Gómez

Indumentaria 7R

Fraga recupera cada año la tradición de 'les dones de faldetes'.
Fraga recupera cada año la tradición de 'les dones de faldetes'.
Patricia Puértolas / HERALDO

Las ropas se hacían durar lo máximo posible, se descosían, se parcheaban, se alargaban y se encogían, se adaptaban a otros cuerpos y se usaban hasta que se caían a pedazos, y aún entonces se aprovechaban para trapos». La recién inaugurada ‘Indumentaria y memoria. Fraga y sus mujeres’ nos ofrece una explicación extraordinariamente contundente sobre cuáles eran los usos y finalidades de la ropa en los siglos XVIII y XIX. Esta exposición, que puede visitarse hasta el 7 de enero en la Casa Ansotana del Parque Grande de Zaragoza, está dedicada a ensalzar una «indumentaria con memoria» que podía alcanzar los cien años de vida.

Emplear la ropa hasta que el propio uso la despedace y, aún después, seguir utilizándola convertida en trapos es un ‘modus operandi’ que se halla en las antípodas del enfoque actualmente mayoritario. Dígale usted a su hijo que a su sudadera de marca aún le quedan cinco o seis años de remiendos y que posteriormente se convertirá en las bayetas que le ayudarán –a su vástago, no a usted– a limpiar el inodoro del baño familiar… Frente a la actual cultura de la apariencia y la acumulación obsesiva, hace siglos que las ‘dones de faldetes’ fragatinas, al igual que buena parte de sus congéneres aragonesas, aplicaban –intuitiva, pero concienzudamente– las hoy denominadas ‘siete erres (7R) de la economía circular’ (rediseñar, reducir, reutilizar, reparar, renovar, recuperar y reciclar). La interminable y mutable vida de la indumentaria en aquellas épocas no solo reflejaba una ajustada economía familiar, sino que también traslucía un estilo de vida mucho más respetuoso con sus raíces y su entorno. Si se atiende a una de las principales acepciones de la palabra ‘moda’ en el diccionario de la RAE («gusto colectivo y cambiante en lo relativo a prendas de vestir y complementos») no parece casual que esta exposición etnológica organizada por el Museo de Zaragoza no pivote en torno a tal vocablo.

‘Indumentaria y memoria’ es también un acicate para reflexionar sobre la veracidad de algunos dogmas indumentarios en torno a los que una buena parte de las sociedades contemporáneas construyen su día a día. La vestimenta como símbolo de estatus, el atuendo como factor clave de inserción en un determinado grupo social, la actualización constante del vestuario como manifestación de modernidad, la naturaleza caduca de unas prendas que nacen y mueren según los veleidosos designios de su dueño, etc.

En relación con el fenómeno de la ropa de segunda mano, mi experiencia personal es que fuera de España soplan vientos distintos a los patrios. La oferta de tiendas de ropa de segunda mano en Zaragoza –pese a aumentar– es más exigua que la de ciudades como Madrid o Barcelona. Y, a su vez, en estas urbes existen muchas menos ‘second-hand shops’ que en las ciudades estadounidenses, centro y norteuropeas. Allí, una oferta superior se traduce en una mayor variedad de estilos indumentarios –lo cual permite captar a un público más amplio–, generando también precios más diversos. Además, en las latitudes mencionadas, fenómenos como los mercadillos vecinales son muy habituales. Lejos de avergonzarse o de sentirse juzgados por sus vecinos, hasta los habitantes de los barrios con las rentas per cápita más elevadas aprovechan cualquier pizca de clima benigno para exponer múltiples utensilios y ropajes en la puerta de sus residencias. Estos rastrillos informales, aparte de ser una clase magistral de economía para los más jóvenes de la familia, regalan una nueva vida a las prendas de vestir.

La chaqueta usada que compré en Ámsterdam vivió las campanadas del año 2000 en la Puerta del Sol y posteriormente conoció la geografía latinoamericana sobre los hombros de mi amiga argentina, quien, a su vez, se la regaló a su sobrina italiana. Unidas por esa ‘chaqueta con memoria’, nos sentíamos modernas e innovadoras. En realidad, no éramos más que meras aprendices de mujeres como las fragatinas, quienes habían transformado algunas de sus faldetas en cortinas y colchas, enseres que a su vez sus hijas y nietas han vuelto a convertir en la maravillosa indumentaria con la que hoy en día homenajean a sus ancestros.

Katia Fach Gómez es profesora de la Universidad de Zaragoza

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