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  • Editorial

Feijóo ante la investidura

El líder del PP y candidato a la presidencia del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo.
El líder del PP y candidato a la presidencia del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo.
Manu Fernandez

Alberto Núñez Feijóo, como candidato a la presidencia del Gobierno designado por el Rey, leerá hoy su discurso de investidura encabezando el partido que obtuvo más votos –por encima de los ocho millones– y más diputados –137– el 23 de julio; cuenta además con apoyos confirmados que lo dejan a solo cuatro escaños de la mayoría absoluta. 

Representa por tanto una clara y democrática opción para formar gobierno. Si fracasa, se agudizará la incertidumbre de la situación política española, pues la candidatura de Pedro Sánchez dependería de alianzas muy peligrosas.

Independientemente de cuál sea el resultado final –para conocerlo habrá que esperar a la segunda votación, que se verificará el viernes–, Núñez Feijóo tiene el compromiso de demostrar ante el Congreso y, sobre todo, ante los españoles si tiene o no un proyecto para España y si es o no capaz de trazar un camino por el que nuestro país pueda empezar a salir de las diversas crisis en las que está inmerso. Hay que esperar que el presidente del PP acierte a aprovechar esta ocasión, en la que las miradas de todos estarán centradas en su personalidad política y en su capacidad de liderazgo. Su candidatura debería ser valorada por los grupos políticos sin ideas preconcebidas y pensando en la mejor solución para formar un gobierno estable y capaz de trabajar para la gran mayoría de los españoles. No será así, conociendo las posiciones de los diversos partidos, lo más probable es que Feijóo no consiga la investidura. El fracaso de Feijóo dejaría la gobernabilidad en una situación muy comprometida, puesto que Sánchez no reuniría votos suficientes en la Cámara más que recurriendo al apoyo de partidos separatistas que están planteando exigencias que resultan del todo inasumibles tanto política como jurídicamente. En estas circunstancias, el sentido de Estado debería primar sobre los intereses personales y de partido.

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