Transiciones

Estamos poniéndoles el adjetivo inteligente a demasiados cachivaches.
Transiciones
HERALDO

Ciertamente vivimos intensos momentos de transición en todos los ámbitos de nuestras vidas. Estas transiciones empezaron ya hace algún tiempo. El primer aldabonazo quizá fue el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, cuyo aniversario se cumplió justamente el pasado lunes 11 de septiembre. 

El segundo lo tuvimos con la caída en picado de Lehman Brothers, cuyas consecuencias todavía las estamos pagando. Los dos acontecimientos marcaron el rumbo del futuro que nos esperaba. Miedo e incertidumbre.

Pero aparecieron otros actores en escena que ya venían dando sus primeros pasos. La principal, la nueva tecnología, (o las nuevas tecnologías). Todo se ha sacrificado en aras al insaciable apetito de estas nuevas tecnologías que han devorado todo lo que funcionaba bien. Porque sí. Porque así lo habían decidido unos señores (es un decir) para engordar sus bolsillos con miles de millones de gordas monedas, a costa de esquilmar a los pobres e ingenuos ciudadanos. Así enlazamos con otra transición, la laboral. Por mucho que se empeñen en decirnos lo contrario, no se crean empleos estables, porque salen más a cuenta robots que no tienen mocos, no tosen ni se estresan, por lo que no exigen bajas laborales. Y además, de paso, se baja el gasto farmacéutico.

Pero como la angustia e inseguridad económica era poco, se mete una buena ración de miedo en las mentes de las multitudes de los ‘pringaos’ con lo del cambio climático, que está claro que existe, pero en toda la historia siempre ha habido épocas climáticas extremas. Podemos asegurar que ni los calores de la Roma de Julio César ni los fríos que acompañaron a la Peste Negra del siglo XIV fueron debidos a las chimeneas ni a los tubos de escape. Todo esto ha venido de la mano del mantra ecológico –que dicho sea de paso, a mí también me encanta-, con sus cielos límpidos y azules, sus verdes prados y edelweiss. Vamos, lo que disfrutó Julie Andrews en ‘Sonrisas y lágrimas’. Lo malo es que para llegar hasta allí hay que coger el coche (que estropea el paisaje), además de que mayores y enfermos no pueden llegar hasta allí en plan senderismo.

Para acabar de arreglar las cosas nos vino el maldito virus, que, aparte de ejercer una selección natural, aceleró la implantación de todos los procesos tecnológicos ya en marcha por aquello de la necesidad perentoria. Vete despacio que tengo prisa.

Pues nos hemos quedado ya con todo a medias y mal. Pero eso sí, hay quien ha hecho su agosto.

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