‘El beso’, de Gustav Klimt

‘El beso’, de Gustav Klimt
‘El beso’, de Gustav Klimt
Pixabay

He tenido la suerte de poder contemplar tranquilamente la pintura ‘El beso’, de Gustav Klimt, en el museo Belvedere de Viena donde se guarda una colección de cuadros de este singular autor austriaco que perteneció al movimiento de la ‘secesión’ y revolucionó la pintura a comienzos del siglo XX. 

La obra está considerada como una de las escenas románticas más representativas de la expresión del amor a través de ese mutuo darse y entregarse que es el beso. La intimidad, la entrega, la ternura, el clímax del amor están perfectamente recogidos en esa explosión contenida de colores y miniaturas donde sólo destaca el rostro de la amada cuya mejilla besa, quizá apasionadamente, su amante. Pero en modo alguno puede observarse el más mínimo gesto de avasallamiento, intimidación o violencia.

La pintura y la escultura, como representaciones del devenir y la cotidianidad del ser humano, se han ocupado con frecuencia de reproducir el beso o los besos en sus creaciones, inmenso catálogo que no seré yo quien se atreva a reproducir; y así han descrito el beso casi siempre como expresión sublime del amor; véase ‘El beso’, de Rodin, exhibido en el museo homónimo de París, escultura de mármol de una finura superlativa, que recoge también cómo un beso representa la más pura esencia del amor. Un beso es una cosa muy seria y debe quedar siempre reservada a ese momento íntimo donde dos seres humanos se manifiestan mutuamente su pasión, por lo general de forma privada, discreta, nunca ostentosa y nunca haciendo de ello un espectáculo.

Dejemos a los tribunales juzgar y condenar la gravedad o no de los hechos
protagonizados por Luis Rubiales, pero sí recriminemos
a este individuo su no saber estar

Y hablo aquí del beso, de los besos, como contrapartida a ese otro beso grosero e inapropiado que propinó el energúmeno, recién dimitido como presidente de la Real Federación Española de Fútbol, el famoso Rubiales que ha inundado días y días las páginas de todos los noticiarios del país y que parece que por fin va a ser sometido al veredicto de los tribunales.

Puede ser que haya a quienes esto les parezca algo excesivo, exagerado, fuera de lugar, sin tanta importancia como se ha podido o querido dar a un fulano que tras restregarse ostensiblemente los testículos en señal de no se sabe bien qué poderío le da ese ‘pico’ a la jugadora que cae en sus manos haciendo impúdica e impropia exhibición de una incontinencia irrefrenable. Dejemos a los tribunales juzgar y condenar la gravedad o no de estos hechos, pero sí recriminemos a este individuo su no saber estar. Aunque es sabido que en el mundo del fútbol, y a nivel de las estructuras directivas y organizativas (otra cosa son los jugadores que pelean en los partidos) corren vientos de mucha soberbia y corrupción. Y por lo visto, de mucha tetosterona.

Dejemos, pues, los besos, para los artistas y los enamorados, que son quienes de verdad tienen el derecho de pintar, esculpir o ejercer esa mueca mágica, ese instante de embeleso que representa el sublime momento de un beso. Como lo hizo Klimt, o Rodin, o tantos otros. No como ese zafio de Rubiales.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por José Luis de Arce)

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