Por
  • Alfredo Ezquerro Solana

Un olvidado héroe aragonés

El sargento Ascoz, segundo por la izquierda, con la cabeza todavía vendada.
El sargento Ascoz, segundo por la izquierda, con la cabeza todavía vendada.
HERALDO

Año 1925, guerra de Marruecos. El cabecilla Abd el Krim había reunido un poderoso ejército y pretendió erigirse en señor de la zona del Rif, señoreada hasta entonces por Francia y España.

Para evitarlo, ambas potencias firmaron los Acuerdos de Madrid en julio de ese año. En ellos se contemplaba el desembarco de fuerzas españolas en la bahía de Alhucemas, apoyadas por medios aéreos y navales de Francia.

Conocedor Abd el Krim de la importante masa de maniobra que España preparaba y ante la imposibilidad de enfrentarse a ella, utilizó un principio básico en estrategia militar: si no puedes enfrentarte al grueso de las tropas enemigas, plantea un ataque de diversión para dividirlas y así intentar batirlas por separado. El lugar elegido fue la zona sur de Tetuán y comenzó a proclamar, muy ufano, que «si los españoles entran en Alhucemas, yo entraré en Tetuán».

La defensa de Tetuán se basaba en la posición de Cudia Tahar, que fue el lugar elegido por el cabecilla rifeño para lanzar su ataque. El plan estaba bien concebido, pero Abd el Krim ignoraba que una de esas posiciones, un pequeño tornillo en la compleja maquinaria del desembarco, estaba defendida por un bravo aragonés, el sargento Ascoz, natural de Barrachina (Teruel), donde había nacido en 1890.

Ascoz estaba destinado en el Regimiento de Infantería n.º 5, alojado en el Castillo de la Aljafería de Zaragoza. En 1925 marchó a la guerra de Marruecos y pasó a mandar la posición Nator 3, cerca de Cudia Tahar, con unos veinte hombres.

El 3 de septiembre, los ‘moros’ desencadenaron un violento ataque en el que nuestro héroe resultó herido, pero los soldados aragoneses no reblaron y la guarnición resistió. Por la noche, los rifeños les gritaban: «¿Por qué no os rendís?». La respuesta la tenían ya escrita en las páginas de nuestra historia, con las gloriosas hazañas acometidas por nuestros Ejércitos a lo largo de los siglos.

El día 5, el sargento Ascoz sufrió una grave herida en el ojo izquierdo que le produjo la pérdida de la visión, y a pesar de estar ciego continuó arengando a sus hombres y dirigiendo la defensa. El ‘pequeño tornillo’ resistió y el plan de Abd el Krim fue un rotundo fracaso. El día 8 dio comienzo el desembarco de Alhucemas y poco después finalizaba la guerra de Marruecos.

El complejo expediente para la concesión de la laureada al sargento Ascoz se demoró varios años. Finalmente, por real orden de 18 de enero de 1929, se le concedía al sargento D. Manuel Ascoz Cabañero la Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando, «por su heroico comportamiento como jefe del blocao Nator 3 durante los días 3 al 5 de septiembre de 1925». La ceremonia de imposición tuvo lugar en Zaragoza el 27 de febrero de 1929, en la explanada de la Aljafería, como se recogía en las páginas de HERALDO del día siguiente.

El sargento Ascoz continuó destinado en Zaragoza, ascendió hasta el empleo de teniente coronel y falleció en nuestra ciudad en 1970.

En el año 2008 me llamó un gran amigo, el coronel de Infantería José Luis Isabel, máximo experto en la Orden Militar de San Fernando, para animarme a buscar a los descendientes del sargento Ascoz, cuyo paradero desconocía, y preguntarles si conservaban la Laureada. Conseguí encontrar a una sobrina nieta y la conversación que mantuve con aquella encantadora dama no la podré olvidar jamás: «Buenos días, señora, la llamo de parte de su hijo para saber si conserva usted la condecoración que le impusieron a su tío». «¡Ah sí, la medallica! La guardo en el arcón de la ropa blanca».

Yo me emocioné al escuchar estas palabras, pues mi abuela también guardaba en un arcón similar, junto con su ajuar y envueltos en el perfume de olorosos membrillos, los pequeños tesoros de la saga familiar.

Días después, pude tener en mis manos tan preciada condecoración. Propuse al general director de la Academia General Militar conservarla en el Museo y a tal fin preparamos una reunión con los descendientes del héroe, que pronto se convencieron de que ‘la medallica’ no podía tener un acomodo mejor que aquel Museo. Y allí sigue, venerada por todos los visitantes de la Academia y por los propios cadetes, a los que aconsejo que cuando se consideren incapaces de continuar los estudios de la exigente carrera militar, vayan al Museo y, ante la fotografía de nuestro héroe, vuelvan a escuchar la pregunta que le hicieron los rifeños, «¿Por qué no te rindes?», y encontrarán sin duda la misma respuesta que les dio a ellos el sargento Ascoz, que supo cumplir a rajatabla lo que dispone el artículo 90 de las Reales Ordenanzas: «El que tuviere orden de conservar su puesto a toda costa, lo hará».

Alfredo Ezquerro Solana es general de División

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión