Las fiestas y el territorio

Son multitud las localidades aragonesas que en estos días centrales de agosto, entre san Roque y la Asunción, celebran sus fiestas patronales. Muchos pueblos recuperan así la vida y el bullicio que la despoblación les ha hurtado. 

El retorno estival de miles de aragoneses al pueblo de sus raíces, o al elegido como segunda residencia, ofrece una ocasión para el reencuentro familiar, el descanso, la diversión y la recuperación de tradiciones culturales y religiosas. Pero también plantea desafíos a los servicios públicos y a la convivencia.

Es habitual que pueblos que a lo largo del año cuentan con muy pocos habitantes reciban sin embargo cada verano a una numerosa población flotante, que en muchos casos tiene allí sus raíces, sus recuerdos y su casa familiar, y en otros busca un lugar en el que alejarse del trajín cotidiano de la ciudad para desconectar y relajarse. Esta realidad sociológica suaviza en alguna manera el fenómeno de la despoblación, y muestra que el medio rural continúa teniendo un gran atractivo, ligado también al creciente aprecio por los espacios naturales. Un momento culminante de este regreso a los pueblos se produce con las fiestas patronales, cuando los actos culturales, religiosos y lúdicos atraen a numerosas personas y las calles y las plazas se llenan de gente, de alegría y de la vida que en otros momentos se echa de menos. Pero el brusco aumento de población puede tener también inconvenientes, y para paliarlos las Administraciones han de planificar servicios públicos como los sanitarios o el abastecimiento de agua teniendo en cuenta esta realidad. Hay que evitar, por otro lado, que el ambiente festivo y la aglomeración de gente sirva de excusa para comportamientos incívicos, o que los consiguientes desplazamientos por carretera afecten a la seguridad vial. El respeto y la prudencia deben ser la base de unas jornadas que hay que saber aprovechar para la alegría, el descanso y la convivencia.