Gijón 1970

Imagen de una playa de Gijón
Imagen de una playa de Gijón

La ciudad se ve animada para ser agosto. Hay muchos turistas por los alrededores del Pilar. Una pareja de japoneses se retrata ante uno de los rinocerontes del artista cubano Roberto Fabelo. Me aparto un poco para no ser capturada por una lente que podría llevarme demasiado lejos de mí misma. Cuando veo a un japonés disparando fotos me transporto a Gijón 1970, al primero de los cinco veranos que pasé con mis tíos y mis dos primos. Mis padres nunca fueron de veraneo por su trabajo en la farmacia, en la que tocaba una guardia cada tres días. Después de Gijón vinieron Santander, San Sebastián dos veces, y por en medio un mes en Peñíscola.

A mi tía Dorita le gustaba el Norte más que el Mediterráneo. Solía organizar de antemano excursiones culturales por carreteras de mala muerte en las que siempre se mareaba y le decía a mi tío Carmelo que corría mucho. En las maravillosas cuevas de Tito Bustillo, recién descubiertas, nos pusieron un casco blanco. El verano siguiente, sin casco, me agobié mucho bajo las rezumantes pinturas de Altamira y me mareé. Tendría que rememorar todo aquello con Alfredo y Carlo, que así se llaman mis primos.

A mi tía le gustaba que la acompañase a los mercados en busca de pescados y mariscos. Era normal que nos tomasen por madre e hija. Por el puerto del Musel, un japonés nos pidió que posáramos para él cogidas del brazo, como si fuésemos las típicas españolas rubias y blancuchas. Ya entonces me inquietaba quedar atrapada en la cámara de un desconocido. Posé sin embargo muy contenta pues noté que mi tía se sentía orgullosa de su hija.

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